lunes, 8 de noviembre de 2010

* Sexta entrega

Hoy publicamos nuestra sexta entrega:
 
Las etapas de la Revolución Mexicana.  Artículo publicado por Hernán Laborde en el diario El Día, el 20 de noviembre de 1935.
Hernán Laborde, político comunista mexicano, nace en Veracruz en 1896 y muere en la Ciudad de México el 1 de mayo de 1955.

Laborde se unió al Partido Comunista Mexicano (PCM) en 1919. Durante las huelgas del gremio ferrocarrilero que se desarrollaron entre los años 1926-1927 era uno de sus líderes.  Fue aprehendido y encarcelado en la prisión militar de Santiago Tlatelolco por órdenes del Gobierno de Calles. El partido Unitario ferrocarrilero lo eligió diputado federal por Orizaba en julio de 1927, cargo que desempeñó hasta mayo de 1929. En 1929 se le nombró Secretario General del PCM, siendo su principal dirigente hasta comienzos de 1940. En 1934 fue candidato a la Presidencia de México por el PCM. Laborde cultivó el ensayo político y la poesía. En este último género tuvo dos épocas, la de 1922, con su libro Tabernarias, donde recuerda las formas satánica de Baudelaire, y la de 1954, con l publicación de estrella de oriente y Madre del hombre. En estos dos poemarios expresa sus preocupaciones revolucionarias como la lucha y la problemática social y política de la época, la explotación y el desamparo infantil. Sus ensayos denuncian las condiciones de sojuzgamiento en las que viven los trabajadores y los abusos de los recursos naturales y financieros de los que son objeto los países pobres. Muchos de sus artículos, permeados por el pensamiento marxista-leninista, apoyaron al gobierno del general Cárdenas.


Las Etapas de la Revolución Mexicana*
Por Hernán Laborde

Diario El Día, 20 de noviembre de 1935.
En cierto modo y hasta cierto punto podría decirse que en México la revolución burguesa democrática no empezó en 1910, sino cien años antes, con las guerras de la independencia.
  Los insurgentes luchaban contra el despotismo y el monopolio del poder por los españoles, luchaban por libertades y derechos democráticos en el espíritu de las revoluciones americana y francesa. Los insurgentes mestizos e indígenas luchaban además -y esto era lo decisivo- por la tierra que detentaban los criollos, los españoles y el clero.
   Pero faltaba otro factor esencial: la burguesía revolucionaria, interesada en acabar con el feudalismo y bastante fuerte para lograrlo.
  En el México de la independencia la clase dominante nativa eran los criollos, no burgueses, sino hacendados. Los criollos estaban interesados en arrebatar el poder a los españoles; pero se aliaron a España al advertir el peligro de la revolución popular, agraria (decreto de Morelos sobre la confiscación y el reparto de las grandes propiedades), que amenazaba el latifundio.
  A las masas populares, compuestas de mestizos e indígenas, les faltó el jefe, la burguesía revolucionaria. No teníamos ni podíamos tener una burguesía nacional, porque durante el coloniaje faltaron las fuentes de acumulación del capital mexicano. El monopolio comercial de España y sus leyes prohibitivas impidieron el desarrollo de la industria manufacturera. El comercio y las minas estaban en poder de españoles y el agio en manos del clero.
  Los políticos pequeño burgueses, intelectuales mestizos algunos indígenas, eran incapaces de desarrollar la revolución democrática hasta su triunfo completo. Todos los jefes del movimiento popular, desde Guerrero hasta Juárez, pasando por Juan Álvarez, Gómez Farías, etc., se dejaron influenciar y a menudo manejar por los criollos reaccionarios, o simplemente conservadores, y aun ¨liberales¨, que se las arreglaban siempre para frenar y a veces para rechazar la revolución democrática.
  La alianza de Iturbide con Guerrero es la primera maniobra de los terratenientes criollos, por salvar sus propiedades cuando la independencia era ya inevitable. Después, en cada lucha victoriosa del pueblo contra la reacción, una parte de ésta se disfraza y se cuela en el partido popular o liberal para seguir frenando la Revolución y preparando nuevos golpes contrarrevolucionarios. Este es el caso de Comonfort en la revolución de Ayutla y el de los cortesanos del dañado Segundo Imperio, que al triunfo de Juárez resultaron miembros prominentes del Partido Liberal.
  La gran maniobra de los terratenientes reaccionarios ha consistido, a lo largo del siglo XIX, en desviar el ansia de tierra de las masas populares hacia la lucha contra el clero, para impedir el triunfo de la verdadera revolución democrática, popular, que fundamentalmente debía consistir en la ocupación de los latifundios y en su reparto al pueblo mestizo e indígena.
  Desde la  independencia, el principal terrateniente no era el clero, sino el hacendado criollo. Por eso era infantil o malintencionada la pretensión de resolver el problema del campesinaje con las tierras de la iglesia. Pero además, las tierras arrebatadas a la Iglesia no beneficiaron al pueblo, que no podía comprarlas, sino a los hacendados criollos y a los nuevos terratenientes o capitalistas, europeos y americanos.
  Los intelectuales pequeño-burgueses que acaudillaban los gobiernos populares, desde los ¨yorquinos¨ de Zavala hasta los liberales juristas, no se atrevieron jamás a emprender ni siquiera una reforma agraria más o menos profunda y extensa.
  Esto no quita a las leyes reformadoras, desde las de Zavala hasta las de Juárez, pasando por las de Gómez Farías, su valor progresivo, por cuanto asestaban duros golpes a la reacción clerical y despejaban el camino para el desarrollo ulterior del movimiento democrático. En lo que concierne a Juárez, su ofensiva contra el clero es inseparable de su lucha contra la invasión francesa, contra Maximiliano y sus generales por la independencia del país.
  El gobierno de Porfirio Díaz ofrece un ejemplo típico de la degeneración de ciertos caudillos populares, determinada por intereses económicos (haciendas, negocios, etc.), que los conducen a la coalición con las clases reaccionarias. Ese gobierno señala el paso a una nueva etapa, en la que el capital extranjero empieza a invadir a México y a poner las bases de la dominación imperialista actual. Desde la independencia, la penuria de la nación, la falta de capital acumulado y de una verdadera burguesía mexicana, nos ofrecen el espectáculo de pobres gobiernos famélicos que empeñan las aduanas y ofrecen a los capitalistas británicos la posibilidad de meter la mano en los asuntos económicos (y políticos) de nuestro país. Desde entonces, con el yanqui Poinset y los enviados ingleses, comienza la pugna entre los Estados Unidos e Inglaterra por el predominio económico en la nueva República.
  Esta penuria, esta falta de burguesía nacional y la ausencia de mercado interno por la miseria de las masas populares esclavizadas durante la colonia, y cuya situación habían cambiado poco después d ella independencia, más una serie de factores naturales, la falta de carbón y hierro, de ríos navales, la pobreza del territorio, etc. todo esto impidió el desarrollo capitalista independiente del país y los dejó a merced del capital extranjero.
 La invasión del país por el capital imperialista, inglés y yanqui, la absorción de las minas, la legislación de baldíos, los deslindes que crearon nuevos latifundios y arrebataron sus tierras a los campesinos e indígenas, las concesiones ferrocarriles, los grandes negocios en que la naciente burguesía (particularmente los científicos), jugaban el papel de comisionistas para entregar el país al capital extranjero, un relativo desarrollo de la naciente industria de transformación (textil), la brutal dictadura de Díaz, con sus jefes políticos y sus rurales, el despotismo del terrateniente, con sus acordadas y cepos, la leva y la esclavitud de los desterrados a Yucatán, la salvaje represión de las rebeliones indias (yanquis, mayas, coras) la matanza de obreros en río Blanco y Cananea, la explotación sin freno y la miseria creciente de las masas populares -todo esto crea las condiciones para el nuevo estallido de la revolución democrática-.
  Desde las sublevaciones de las vacas y Acayucan, desde las huelgas de Río Blanco y Cananea, se advirtieron ya las dos corrientes de la Revolución: la la lucha de los campesinos por la tierra y la lucha de los obreros y de la pequeña burguesía urbana contra el imperialismo. Esta vez había ciertas condiciones para una gran revolución popular. Pero los principales líderes de la Revolución eran capitalistas y terratenientes ligados al grupo científico. El papel de Madero no fue tanto el de desencadenar la revolución, como el de frenarla.
  Madero sólo aspiraba a ciertas reformas democráticas, para satisfacción del grupo burgués que representaba y para aplacar al pueblo, cuya rebelión era insostenible. Por eso se entendió en el grupo científico, a través de Limantour y De la Barra, para frenar la Revolución y desarmar al pueblo.
 La familia Madero se hizo apoyar por el gobierno de Washington y por los capitalistas yanquis, descontentos de Díaz por las concesiones de éste a los ingleses (petróleo, Ferrocarril de Tehuantepec, etc.)
 El Gobierno de De la Barra y después el de Madero se ocuparon ante todo en desarmar al pueblo y liquidar la revolución. La peor de las faltas de Madero fue su campaña contra el zapatismo, la parte más pura y genuina de la revolución popular.
 Madero no pudo, sin embargo, resistir mucho tiempo a la presión de abajo, al descontento popular expresado particularmente por la indomable rebelión de Zapata, y se decidió por fin a intentar una reforma agraria tímida, insuficiente, que hubiera dado bien poco a los campesinos. Pero eso bastó para echarle encima a los reaccionarios, con el apoyo de la Embajada yanqui . De aquí viene el cuartelazo, el asesinato de Madero y la dictadura de Huerta.
Diario El Día, 20 de noviembre de 1935.
 A Huerta lo tiró ante todo el empuje de las masas que seguían a Zapata y a Villa, a los generales de Carranza. Los obreros y pequeños burgueses que se enrolaron en los ejércitos, los de Carranza lo hicieron atraídos por sus consignas nacionales, en cierto grado antiimperialistas, muy propias para movilizar a un pueblo oprimido por el capital extranjero. Los campesinos incoaban ante todo por la tierra. El sufragio efectivo, la no reelección, el constitucionalista, etc., todo eso ha tenido su importancia, pero no fue nunca decisivo. El verdadero lema de la Revolución ha sido este: TIERRA Y LIBERTAD.
  Como Madero, Carranza no quería la revolución agraria ni la lucha a fondo contra el imperialismo. Carranza franjó la lucha por la tierra y se opuso a los primeros repartís de 1913. Pero la presión de abajo continuaba, y una vez más fue el zapatismo la palanca impulsora de la Revolución. Aconsejados por Luis Cabrera, Carranza lanzó su ley de 6 de enero de 1915 para arrebatarle a Zapata su bandera y las masas que lo seguían.
 La Constitución de 1917 expresa la presión popular y el avance incontenible de las dos corrientes de la Revolución: la corriente agraria y la corriente antiimperialista, ligadas en un mismo artículo, el 27, que otros complementan con reformas educacionales y concesiones al proletariado. La Constitución expresa además, en parte, la resistencia de un sector de la burguesía nacional a la penetración y a la opresión del país por el capital extranjero.
 Para transformar en realidades los preceptos de la Constitución de 1917 , que Carranza aplicó sólo en un grado mínimo, fue necesaria la sublevación de 1920, con el movimiento de masas suscitado por el general Obregón. Y fue preciso un nuevo empuje del movimiento popular, apoyando a Calles contra el golpe delahuertista, para extender las dotaciones de tierras, desarrollar el movimiento obrero e impulsar la organización de las masa campesinas.
  Las vacilaciones de la burguesía y los terratenientes liberales, y de sus aliados pequeño burgués, visibles ya en el famoso pacto de Bucareli, donde Obregón se comprometía a no afectar para dotaciones de tierra las propiedades yanquis, conducen bajo Calles a la capitulación del grupo gobernante, que se entrega al imperialismo a través de su “amistad” con Morrow. El movimiento sindical degenera en manos de Morones y se convierte en apoyo incondicional del callismo.
  La lucha armada de marzo de 1929, representa, como la anterior de 1923-24, un intento del imperialismo inglés para reconquistar su influencia perdida, y un triunfo aplastante del imperialismo norteamericano, que en 1929 apoyaba a Calles como en 19323 había apoyado a Obregón.
  Desde 1929 en adelante presenciamos un reforzamiento de la influencia yanqui en el país y una serie de intentos para restringir las conquistas del pueblo en la Revolución y aun para liquidar algunas.
  Pero la lucha de los campesinos por la tierra y el movimiento obrero se desarrollan incontenibles. Por otra parte, en el período de la crisis y a favor de condiciones creadas por la reducción de las importaciones de productos manufacturados y de las inversiones del capital extranjero, se desenvuelven algunas ramas de la industria de transformación y se refuerzan ciertos sectores de la burguesía nacional. Más tarde, al comenzar el nuevo incremento de la producción industrial en los Estados Unidos, se hace sentir la del capital yanqui para ampliar sus mercados en la América Latina, para intensificar el saqueo de los productos naturales de estos países y aun para absorber negocios industriales, comerciales y agrícolas que antes el capital extranjero abandonaba a la burguesía y a los agricultores y comerciantes nativos.
  De aquí viene que la burguesía industrial de nuestros países, apoyándose en las masas populares, se esfuerce por defender los intereses de la nación que hasta cierto punto coinciden con los suyos propios y que son opuestos a los intereses del imperialismo. La burguesía industrial aspira a crear un mercado interno para el desarrollo económico independiente y la industrialización del país. El capital extranjero está interesado en frenar la industrialización para asegurarse un mercado y una fuente de materias primas y de mano de obra barata. Esta es la contradicción irreductible, agudizada extraordinariamente en la situación actual.
  En México, estos factores han dado lugar al movimiento cardenista, que en el Gobierno y en el Partido Nacional Revolucionario, lucha contra los millonarios y terratenientes (Calles, “Azúcar”, etc.) asociados al capital yanqui, intenta, -con timideces- limitar la explotación del país por las compañías extranjeras y procura ganarse por medio de concesiones el apoyo de las masas obreras, campesinas y pequeño-burguesas. Así se explica la anulación de las concesiones de “El Águila”, la nacionalización de los Seguros, el aumento del impuesto sobre la renta, la reducción del precio de la gasolina, la tolerancia del movimiento huelguístico, la ampliación de las dotaciones de tierras y del crédito a los campesinos, y la actuación legal del Partido Comunista, que llevaba cinco años de trabajar ilegalmente.
  En este punto se encuentra la Revolución mexicana. El deber de todo verdadero revolucionario consiste ahora en defender las conquistas logradas por el pueblo en la revolución de 1910, amenazadas por la reacción callista, que objetivamente aliada al clero intenta echar abajo al gobierno de Cárdenas para establecer una dictadura militar, con un programa reaccionario (declaraciones e junio, del general Calles) y redondear la absorción “pacífica” del país por el imperialismo yanqui. Esta es la razón de ser el Frente popular Antiimperialista, movimiento popular cuyo desarrollo debe poner de nuevo en marcha la revolución hasta su triunfo completo, hasta la liberación nacional del país mediante la recuperación de sus recursos naturales, hoy en manos del capital extranjero, la destrucción total del latifundio, el reparto de toda la tierra a los campesinos, el desenvolvimiento económico independiente y la industrialización del país.
  El triunfo completo de la Revolución nacional será el punto de partida para la lucha directa del proletariado, apoyándose en los campesinos y en la burguesía urbana, por la abolición de las clases, por el socialismo, por una sociedad sin explotadores ni explotados.
  Es así como nosotros los comunistas vemos el derrotero y las etapas de la Revolución Mexicana.

* Artículo publicado en el diario El Día, el 20 de noviembre de 1935. Tomado del acervo del Comité 68.