Capítulo XI. Una ciudad distinta, pero su gente no se doblegaba. XII. Con las piedras en las manos. XIII. El Convite del Desierto y la pérdida de la mitad de nuestro territorio.

XI. Una ciudad distinta, pero su gente no se doblegaba

Tras la ocupación de la Ciudad de México en septiembre de 1847 los yanquis imponen la calma con sus armas, sus amenazas y su plata.
   Con el general Scott llegan a la ciudad seis o siete mil soldados yanquis, los días siguientes se les sumaron tres o cuatro mil hombres de sus tropas que vienen de Puebla y Jalapa, y luego van llegando más y más...
   "Raro día se pasaba en la capital sin que llamara la atención del vecindario la entrada de nuevas fuerzas, de suerte que a los dos meses de haber entrado los enemigos en México, el aspecto de la ciudad había cambiado enteramente. Desde las cinco de la mañana hasta las siete de la noche, innumerables carros transitaban las calles en todas direcciones... grupos de voluntarios, con pistolas de seis tiros y grandes cuchillos de monte en la cintura, recorrían la ciudad y llenaban tabernas y cafés. La tropa de línea estaba vestida de azul; pero los voluntarios y la multitud de aventureros que venía unida a la tropa, andaba con las botas sobre los pantalones, con unos sombreros y unos trajes ridículos, hasta el grado de parecer farsantes de Carnaval. 95
   El movimiento de tropas es constante, se retira a los heridos y se reemplaza cada mes a parte de los voluntarios. La Ciudad de México que tiene por entonces una población de menos de 200 mil habitantes es ocupada para diciembre de 1847 por trece o catorce mil soldados yanquis, todos ellos, bien pagados y ociosos.
   Oficiales y soldados se apoderan de todos los espacios y edificios públicos, de la mayor parte de los conventos de religiosos, de las escuelas, mesones, hoteles. Los oficiales de mayor rango se instalan en un gran número de casas particulares, al inicio pagan una renta, después ya no.

Por todas las calles del centro de la ciudad

Con artillería en las garitas y calzadas de entrada a la ciudad y tropa de guardia en los cuarteles y barrios, los yanquis se sienten seguros dentro de la Ciudad de México. Y aun cuando corren continuos rumores de levantamientos de partidas de mexicanos por los barrios y llegan noticias de ataques guerrilleros a los invasores en el camino de Veracruz y Puebla, los yanquis "comenzaron a organizar un sistema completo de diversiones". 96
   Por todas las calles y plazas del centro de la ciudad aparecen prostíbulos, cantinas, albergues, mesones, merenderos, fondas y vendimias de todo tipo; la plaza del mercado y los puestos, de verduras, los tendajones y los cafés improvisados en alguna puerta son los lugares a los que asiduamente asisten los soldados y los voluntarios por las mañanas.

Cantinas a las que asistían los soldados yanquis. Sam Chamberlain's, 1847.

   A los yanquis "Faltábales muchas veces el dinero o las ganas para satisfacer el precio del afecto comprado, y entonces se alzan con éste diciendo con el mayor cinismo: éste por mí". 97

Se hace piedra el hígado

"Esta continua afluencia de extranjeros, que en su mayor parte hablaban el inglés, ocasionó también una alteración en el comercio. Las sastrerías que se habían apellidado mexicanas, se convirtieron en sastrerías americanas; y sastres, barberos, tenderos, fondistas y mesoneros, sufrieron la influencia del idioma del conquistador, y se apresuraron a sustituir sus letreros y avisos con letreros y avisos en idioma inglés. El movimiento mercantil creció con el aumento de la población y los ríos de oro que desataba el invasor". 98
Y como ya sabemos que poderoso caballero es don dinero... "El comercio, que en todas partes es comercio, se entendió a poco tiempo con los nuevos dominadores, y comenzáronse a hacer negocios y especulaciones..."99
Da tanta rabia que se hace piedra el hígado cuando al caminar por las calles de la Ciudad de México, sí de nuestra ciudad, se lee: "general store", "eating house", "tavern", "coffe house", "billard room", "shoemaker", "library"...

Que si la doña hubiese sido hombre...

A los pocos días de la ocupación yanqui de la capital el Teatro Nacional inicia sus funciones para entretener al ejército invasor.
   El general Scott trata de reunir por medio del teatro a la "sociedad mexicana" con los jefes y oficiales de alto rango de su ejército. Los yanquis visitan a las actrices y cantantes Rosa Pelufo y María Cañete para ofrecerles una temporada, la Pelufo se niega rotundamente y manifiesta que no trabajará en el teatro mientras México este sufriendo la injusta ocupación norteamericana, y decidida corre a los yanquis de tal modo, que cuentan que si la doña hubiese sido hombre, la mandan azotar en la Plaza Mayor.
   Desairados y corridos, se dirigen a la casa de María Cañete quien acepta el ofrecimiento y actúa en el Teatro Nacional con gran éxito para los invasores.
   "Algunos actores, urgidos por la necesidad o por otros motivos, se prestaron a representar algunas comedias; el dueño del Teatro Nacional no tuvo gran dificultad en arrendar el local, y la ciudad conquistada comenzó a mostrar sus atractivos al vencedor. La Cañete fue el encanto y la adoración de los jefes americanos..."100

A imitación de la moda en los Estados Unidos

Para entretenimiento de las tropas se organizan juegos de azar y garitos por toda la ciudad; al principio aunque no están permitidos se toleran, y a partir de noviembre de 1847, viendo los generales yanquis las jugosas ganancias de estos negocios, se les reglamenta, y otorgan licencias a diversos negociantes.
   "Otorgando licencias el general Smith al precio de mil pesos mensuales por cada mesa...
Oficiales y soldados en gran número dependían de los diferentes garitos, variados en categoría como los talentos y capitales de los empresarios".101
  "Los que no eran muy aficionados al teatro, organizaron salones de baile a imitación de la moda de los Estados Unidos. Un salón de baile se estableció en la calle del Coliseo frente al Teatro Principal; otro en el callejón de Betlemitas, y el más concurrido de todos, en el Hotel de la Bella Unión. Los cuartos de este hotel estaban llenos de oficiales. En los pisos bajos había salones de juego; en los primeros pisos, cantinas, billares y salas de baile, y los altos, en su mayor parte, estaban destinados a lo que la decencia no permite expresar. Desde las nueve de la noche hasta las dos o tres de la mañana duraban estas orgías, que jamás se habían visto en México". 102
   "Allí lucían, como no es posible explicar, las margaritas, así bautizadas por los yanquees las mujeres perdidas, que se multiplicaron extraordinariamente, porque sus favorecedores regaban para ellas, el dinero". 103
   Esas pobres mujeres urgidas por la necesidad, "... abandonaban el zagalejo y el rebozo por vestidos escotados, ahuecadores, cofias, moños y cintas, de todo lo que se proveía en las casas de empeño por cuenta de los empresarios, sin faltar los collares y pendientes de similor, efectos de tercera y cuarta mano, tan averiados..." 104


"Margaritas" Sam Chamberlain's, 1847.
  
Relatos y anécdotas del pueblo en su lucha por la libertad

Los yanquis tratan de ganarse al populacho, pero "El pueblo no aminora su odio a los yankees, hasta ahora, ni con ver que le brindan, dinero, ni que compartían con la plebe sus abundantes víveres.
   Lo dicho no es una exageración; el maíz se conducía en carros, que dejaban reguero de grano en su tránsito, que se agolpaba a recoger la multitud, sin que nadie les dijese palabra de reconvención... De la carne y el pan también se hacían repartos". 105
   En los barrios se forman bandas que, armadas de piedras y puñales, atacan a los yanquis dispersos y luego se diluyen; a cada momento se oye de algún soldado enemigo desaparecido o encontrado muerto. Los relatos y anécdotas del pueblo en su lucha por la libertad aumentan día a día.
   Allá por el rumbo de Santa María una partida de plebe hace correr como gamos a los invasores; por la espalda del convento de Santo Domingo, mujeres y chamacos emboscan a la tropa yanqui; cerca de la Plaza de Toros hay un motín y pedradas; y allá por el barrio de San Sebastián, el pueblo esconde y ayuda a escapar a un desertor del ejército yanqui.
Los yanquis tratan infructuosamente de someter al populacho, a los mexicanos que agarran presos los castigan con furia.

XII. Con las piedras en las manos

Durante todo el tiempo que dura la ocupación de la ciudad los yanquis fueron son acosados por los levantamientos aislados, motines fugaces y pedradas espontáneas de la gente de los barrios de la ciudad que responde así a la prepotencia de las tropas invasoras.
   Entre los castigos que los yanquis imponen a los mexicanos que pescan el que más descontento causa es el de los azotes públicos. En noviembre de 1847 el general yanqui Scott anuncia que el mexicano Francisco Flores, acusado de atentar contra la vida de un norteamericano, ha sido sentenciado "a estar encerrado, engrillado y a recibir veinticinco azotes en la espalda desnuda, en medio de la Plaza por cuatro semanas sucesivas; a la expiración de cuyo tiempo se le rapará la cabeza y se le pondrá en libertad". 106

 
 
   La publicidad que dieron al acto tiene como fin -según dicen- que el castigo sirva de escarmiento a la gente de los barrios que tan a menudo atenta contra los soldados norteamericanos.
   El día del castigo llega a la Plaza una gran cantidad de gente y cuando inician los azotes se inicia también una lluvia de piedras contra los invasores. Los yanquis lanzan a su caballería contra la multitud y detienen a algunos mexicanos con las piedras en las manos y les imponen la pena de 39 azotes en público.
   Un relato yanqui dice: "La Plaza estuvo muy concurrida con mexicanos de la clase baja: se estaban adaptando al lugar del castigo por centenares, cuando los dragones cargaron sobre ellos y los dispersaron: algunas piedras fueron tiradas a la caballería y dos o tres de los mexicanos fueron conducidos al cuartel por haberlas tirado..." 107

Nada me irrita más...

En una carta que publica Guillermo Prieto en sus Memorias dice: "Nada me irrita más, ni me enloquece de ira, que los azotes.
   Para la primera ejecución, se tomaron muy serias precauciones y, sin embargo, no pudo verificarse por la actitud resuelta y amenazadora del pueblo. El cuadro de tropa que formó en la Plaza, se deshizo, emplazándose la ejecución para el día siguiente.
   Ese día, que fue el 8 de noviembre, se verificó la ejecución. Cubrieron las avenidas de la Plaza por Monterilla y Plateros, como mil quinientos hombres, contando algunos trozos de caballería.
   Las víctimas eran tres: un tal Flores y otros dos cuyos nombres no recuerdo.
   Fijaron en el centro de la Plaza tres barras de hierro, del alto de tres varas, con palos atravesados haciendo cruces. En ellas colocaron a los acusados que descansaban en el suelo con los brazos abiertos sobre los palos, como crucificados, desnudos totalmente de medio cuerpo para arriba.
   A una señal comenzó la ejecución. Es de advertir que el chicote, instrumento de la ejecución, era de esos chirriones de goma, gruesos en el puño y corriendo en disminución al descender, de suerte que la vibración o sacudida, centuplicaba la fuerza de un modo espantoso, y el extremo o pajuela se convierte en un instrumento que se hunde y raja como si fuera de acero.
   Los azotes los aplicó un verdugo como Hércules, y descargaba su látigo con frenesí. A los primeros azotes fueron aullidos desesperados los de Flores, después ronquidos sordos, al último... aquellas espaldas eran una torta informe que se deshacía en sangre... al acabar, cayó el ajusticiado sin sentido, y el terror y la furia hacían espantoso el silencio. Los otros dos fueron ejecutados como Flores, y así se martirizaron a muchos mexicanos".108

Y ni así entienden

Después del terrible espectáculo, el Ayuntamiento de la ciudad pide a los yanquis que: liberen a Flores, le cambien el castigo, o bien, lo azoten en privado, pues teme se extienda el descontento hasta el extremo de "trastornar la tranquilidad pública".
   Scott se desentiende, y el jefe del Ayuntamiento, preocupado por los atentados que pueden sufrir los ricos y sus propiedades en un alboroto popular, insiste ante el jefe yanqui:
   "... en lo que no cabe duda es en que debe temerse mucho de esa clase de pueblo que no obra por convencimiento, sino por sensaciones, que no es capaz de atender a los principios, sino que sólo se conduce por los hechos materiales, y que además está viva y puramente exaltada por el espectáculo horrible que se presentara el lunes último, intente formar un motín en el próximo, y en los que aún faltan para repetirse la aplicación de la indicada pena, provocando consecuencias desastrosas que no es muy difícil de prever".109
   Como toda respuesta, el general yanqui aumenta los dispositivos de seguridad, el periódico yanqui American Star comenta:
   "Estos léperos aún tienen que recibir una lección severa. La carga a los dragones no es suficiente. cuando empiezan sus motines, lo mejor para ellos es una dosis de balas y municiones, no tiradas al aire, sino a que tome efecto".110
   A la tercera semana de azotes públicos los yanquis comentan que "Debido a estos saludables ejemplares, los crímenes y atentados que antes eran frecuentes contra los americanos hoy han disminuido considerablemente". 111
   Pero qué va, en esa misma semana, del 22 al 29 de noviembre de 1847, el periódico de los invasores registra la muerte de cuatro soldados yanquis a manos de mexicanos por distintos rumbos de la ciudad y asaltos nocturnos de partidas de mexicanos a los depósitos de comestibles de sus tropas, y el encargado del Ayuntamiento comenta: "Este temor es tanto más fundado, cuanto que muy reservadamente se me ha denunciado en estos últimos días que se nutre una conspiración en esta capital... para sorprender una noche al ejército americano".112

Los yanquis destituyen al Ayuntamiento

Las elecciones de funcionarios municipales generalmente se realizaban los primeros días de diciembre, para renovar al Ayuntamiento de la Ciudad de México el primero de enero. Ese año los munícipes habían iniciado los preparativos de la elección e impreso las boletas, cuando el primero de diciembre anuncian su decisión de suspenderlas.
   Días antes habían recibido una orden del Gobierno Nacional en Querétaro que prohibía realizar elecciones de cualquier tipo en todos los lugares ocupados por los invasores.
   El general yanqui Scott, argumenta que si se suspenden las votaciones se violaban los derechos civiles de la población y ordena por tanto, que no se cumplan las órdenes del gobierno mexicano y que se realicen las elecciones municipales; un grupo de mexicanos proyanquis, con tendencias anexionistas, y de acuerdo con el general invasor aprovecha la coyuntura y bajo los auspicios y protección del invasor elige una "Asamblea Municipal Extraordinaria".
   El Ayuntamiento indignado protesta por la ilegalidad del acto. Este hecho junto con desacuerdos acumulados y reclamos de los munícipes por las arbitrariedades de la tropa, son aprovechados por el general yanqui para destituirlos y a pedir a la Asamblea que tome de una vez el edificio municipal.

La Asamblea Municipal al servicio del invasor

El 25 de diciembre de 1847 la Asamblea Municipal tomó posesión de su cargo, creyendo en verdad que como le habían dicho los yanquis, tomaba el mando de la Ciudad de México, sin darse cuenta que tienen encima de la cabeza la bota del invasor.
   De inmediato la Asamblea se pone en actividad, negocia con los invasores que si quiere siga con los azotes a los mexicanos, pero que sean en privado para evitar problemas; y que la Asamblea tenga bajo su mando una fuerza considerable de policía mexicana para mantener el orden y cobrar los impuestos. Roa Bárcena en su libro relata que la policía mexicana "destinada principalmente a reprimir riñas, robos y toda clase de desórdenes, era impotente y se veía en la necesidad de retirarse ante los soldados norteamericanos, que eran casi siempre los delincuentes". 113
   Pero la policía sí funciona como apoyo de la Asamblea en el cobro de impuestos para pagar al invasor una nueva contribución de guerra que se le impone a los habitantes de la Ciudad y el Valle de México.
   Ante el resto del país, los actos de la Asamblea Municipal hacen parecer que la Ciudad de México abandona al Gobierno Nacional refugiado en Querétaro y reniega para siempre de su bandera y nacionalidad. Pero afortunadamente, a través de cartas, relatos y noticias, queda muy claro que, ni las armas de los invasores, ni unos cuantos traidores encaramados en el poder pueden someter la voluntad de una ciudad entera.

XIII. El Convite del Desierto y la pérdida de la mitad de nuestro territorio

El 29 de enero de 1848 la Asamblea Municipal invita a los jefes invasores a una gran comida en el Desierto de los Leones. Un oficial yanqui escribe en su diario: "Nuestro general fue invitado por el Ayuntamiento de esta gran capital del país con que estamos en guerra -con el que aún estamos en guerra- y el consejo se preocupó mucho en que se enviara de la ciudad una comida que incluyera todas las delicadezas que puede ofrecer la ciudad: una multitud de platos cocidos, enorme variedad de vinos y la mayor abundancia de todo...
   Los incidentes más notables fueron de carácter político. Los miembros del consejo (varios de ellos, incluso el alcalde) pronunciaron brindis, todos resueltamente amistosos hacia el ejército nortea-mericano, y en dos o tres casos los mexicanos dijeron expresamente que esperaba que nosotros no abandonaríamos este país antes de destruir la influencia del clero y de los militares. 114
   La indignación por el "convite del desierto" es enorme. En la ciudad corre la noticia de que los miembros de la Asamblea brindaron por los triunfos del ejército invasor sobre el mexicano y por la anexión de México a los Estados Unidos, y entonces, aún los mismos que antes habían apoyado a la Asamblea Municipal se deslindan de ella en los periódicos, aclarando que ellos no participan "en las ideas y los actos de quienes se agrupaban en torno al invasor, y anatematizando con frases durísimas su conducta".115

El "Convite del Desierto" Sam Chamberlain's, 1848.

Saquear a México

Los yanquis presionan a México para que acepte sus propuestas de paz, ya ocupan militarmente una gran parte del país, incluyendo la capital, pero sus negociaciones de paz han fracasado. Así que el presidente norteamericano Polk manda a su ejército que extienda la ocupación sobre todas las ciudades y puertos con el fin de saquear a México: "retener y ocupar con nuestras fuerzas militares y navales todos los puertos, ciudades, villas y provincias... e imponer contribuciones militares al enemigo, hasta donde sea posible..."116
    Así que los generales yanquis imponen una nueva contribución de guerra por más de tres millones de pesos. La ciudad y al Valle de México deben pagar 400 mil pesos anuales. Una orden del cuartel yanqui en la Ciudad de México a fines de 1847 establece que:
   "En caso de que cualquier estado deje de pagar el tributó que se le señala, sus funcionarios serán capturados y encerrados, y se les quitarán sus bienes... La renuncia que hagan de sus puestos oficiales no excusará a ningún funcionario mexicano de las penas señaladas... Si estas, medidas no bastan... el jefe de las fuerzas de los Estados Unidos en dicho Estado procederá inmediatamente a recaudar en dinero o en especie... el monto del tributo..."117

Las negociaciones de paz

En enero de 1848 se iniciaron las negociaciones de paz entre los comisionados por gobiernos de México y los Estados Unidos que culminan el 2 de febrero con la firma de los Tratados de Guadalupe. Falta sólo que los gobiernos de ambos países ratifiquen los acuerdos. La noticia trata de mantenerse en secreto, pero el rumor se esparce rápidamente por todo el país.
   Y en cuanto se oye hablar de tratados de paz y pagos millonarios al gobierno mexicano, a cambio de los territorios de Texas, Nuevo México y Alta California, en la Ciudad de México se extraña la presencia de varios de esos buitres comerciantes y prestamistas que hacían mil caravanas al invasor... Una carta enviada de Querétaro y copiada en el periódico American Star da razón del paradero de tales personajes:
   "Otro suceso muy notable es ver aparecer en esta ciudad [Querétaro] a varios agentes de las principales casas comerciales de México que vienen a ofrecer recursos al Gobierno... los agentes de los prestamistas se agitan todo el día; van y vienen extraordinarios de México". 118

Inconformidad de los anexionistas y derrota de los patriotas

Mientras más se habla de armisticio y de tratados de paz, más desesperados y descarados se muestran los partidarios de la anexión de México a los Estados Unidos y no vacilan en expresar su deseo de que las tropas norteamericanas dominen por completo al país.
   El coronel yanqui Hitchcok comenta: "Son todos del mismo partido, el llamado de los puros, y no vacilan en expresar su deseo de que las tropas norteamericanas puedan "dominar" este país, hasta aniquilar completamente al ejército mexicano, a fin de que pueda establecerse con seguridad un gobierno civil adecuado...
   El doctor Benitas vino a verme, diciendo que iba a Querétaro (donde el Congreso Mexicano debería estar sesionando), y que estaba ansioso, según dijo, por proponer al gobierno mexicano que solicitara su admisión en la Unión Norteamericana; pero antes de hacerlo quería saber lo que nosotros (algunos oficiales norteamericanos) pensábamos que respondería nuestro gobierno a una solicitud de admisión". 119
   En la ciudad los ánimos están exaltados, no son sólo los anexionistas quienes estaban inconformes con las negociaciones, también los patriotas que creen que no debe cederse ni un sólo kilómetro de terreno al invasor, ni negociarse absolutamente nada. Ellos están deseosos de continuar la guerra hasta sus últimas consecuencias.
   A las riñas diarias entre los soldados americanos y el populacho, a las denuncias por la prepotencia de los invasores, a los robos a los almacenes de los yanquis en las noches y a los rumores de pronunciamientos y ataques sorpresivos, vienen a sumarse las denuncias en los periódicos norteamericanos por la protección que se da en los barrios a los soldados yanquis que desertan.
   A fines de enero "cuatro mexicanos acusados de promover la deserción en el ejército americano fueron juzgados y tres de ellos encontrados culpables. Uno de los reos fue sentenciado a ser fusilado hoy en la mañana y los otros dos a trabajos forzados". 120

El gozo al pozo

El 5 de marzo de 1848 se firma un armisticio mientras se ratifican los tratados de paz. El gobierno desde Querétaro nombra a José María Zaldívar como gobernador del Distrito Federal y éste desconoce a la Asamblea Municipal que había sido impuesta por los yanquis y reinstala a los antiguos munícipes.
    La alegría de los ciudadanos al suspenderse el cobro de contribuciones de guerra dura poco, el Ayuntamiento reinstalado reinicia el cobro de las contribuciones ordinarias, y aún de las vencidas durante la ocupación.
   "Siendo cada día más urgentes las atenciones del erario público, se anuncia a los causantes... que si en el término de seis días contados desde la fecha de este anuncio, no enteraren en esta administración el primer tercio del corriente año, se procederá a exigírselos por medio del embargo y con los recargos que previenen las disposiciones legales vigentes". 121

Queda ya sin yanquis nuestra ciudad

Los preparativos para la salida de las tropas yanquis comienzan desde mediados de mayo de 1848 cuando se anuncia la ratificación del tratado de paz. Desde los primeros días de junio comienzan a partir los invasores rumbo a Veracruz, y el 12 de junio de 1848 a las nueve de la mañana salen los últimos batallones yanquis de nuestra ciudad.
   En las negociaciones el gobierno de México pierde los territorios de Texas, Nuevo México y la Alta California, con una extensión de más de un millón de kilómetros cuadrados. A cambio recibirá una indemnización de 15 millones de pesos.
   Diez meses duró la pesadilla de la ocupación yanqui de la Ciudad de México. El pueblo esta decepcionado, ha perdido la fe en sus militares y en sus gobernantes. "La guerra concluyó, dejando en nuestros corazones un sentimiento de tristeza por los males que nos había ocasionado, y en nuestro ánimo una lección viva de que, cuando se entroniza el desorden, el aspirantismo y la anarquía, se hacen difíciles el día de la prueba, la defensa y la salvación de los pueblos".122
   En su trayecto de México a Veracruz el ejército norteamericano sufrió los continuos ataques de la guerrilla que siguió luchando ya no sólo contra los yanquis, sino también contra el gobierno, por haber firmado los injustos tratados, y que inspiró a los niños y jóvenes que años después organizaron las gloriosas guerrillas contra la intervención francesa.

Pérdida de Texas, Nuevo México y Alta California, 1848.


[95] Ibid. Tomo III, p. 199-200.
[96] Alcaráz. Op. Cit. p. 363
[97] García Cubas. Op.  Cit. p. 440.
[98] Alcaráz. Op. Cit. p. 364.
[99] Ibid.

[100] Ibid. p. 363.
[101] Roa. Op. Cit. Tomo III, p. 204.
[102] Alcaráz. Op. Cit. pp. 363-364.
[103] Prieto. Op. Cit. p. 427.
[104] García Cubas. Op. Cit. p. 440.
[105] Prieto.  Op. Cit. 425.
[106] American Star, 11 de noviembre de 1847.
[107] American Star, 9 de noviembre de 1847.
[108] Prieto. Op. Cit. p. 428-429.
[109] Archivo Histórico del Distrito Federal. vol. 3690. exp. 95.
[110] American Star, 11 de noviembre 1847.
[111] Ibid. 23 de noviembre 1847.
[112] Archivo Histórico del Distrito Federal. Op. Cit.
[113] Roa. Op. Cit. Tomo III. p. 106.
[114] Hitchcok. Op. Cit. pp. 113-114.
[115] Roa. Op. Cit. Tomo III. p. 216.
[116] James Polk, "Mensaje anual del presidente Polk al pueblo de los Estados Unidos" en Diario del presidente Polk 1845-1849. Recopilación, traducción y notas de Luis Cabrera. México, Antigua Librería de Robledo, 1948. p. 462.
[117] Citado en Jay. Op. Cit. p. 192.
[118] American Star, 13 de febrero 1848.
[119]  Hitchcok. Op. Cit. pp. 108-109.
[120] American Star, 27 de enero 1848.
[121] El Eco del Comercio, 19 de marzo de 1848.
[122] Alcaráz. Op. Cit. p. 402