Capítulo I. Organizar la defensa

I. Organizar la defensa

Sam Chamberlain's, 1847.

La defensa de la Ciudad de México dio pie a fuertes discusiones. Las opiniones eran de lo más variado: algunos argumentaban que defenderla era equivalente a destruirla, pero no se atrevían a proponer abiertamente la rendición; otros, decían que a cualquier precio, la defensa de la capital era una cuestión de honor y patriotismo; otros más, temerosos de perder sus bienes y propiedades abogaban por las negociaciones de paz.
  Unos cuantos proponían, además de la defensa, la organización de guerrillas que hostilizaran al enemigo en su trayecto hacia la capital, y si el enemigo llegaba a tomarla, evacuarla, impedir su suministro, y aún destruirla. Pero los más, generales y funcionarios, consideraban que la guerrilla era una forma poco honorable de combate, peligrosa porque se armaba al pueblo y sobre todo por que se ponía en riesgo la propiedad.
   En fin, en mayo de 1847, el general Santa Anna, que por entonces era el presidente de la República, había decidido y prometido que se defendería la Ciudad de México palmo a palmo, costara lo que costara.
   Los autores del libro "Apuntes para la Historia de la Guerra" nos dicen: "Prescindiendo de si debe calificarse de buena o mala en el ramo militar, no podía menos de ser aprobada por el patriotismo, porque aun en el caso más desesperado, era sin disputa más glorioso sucumbir peleando, que dejar abiertas las puertas de México sin disparar un tiro a las tropas norteamericanas."1
   El plan del general Santa Anna era estrictamente defensivo: "Este consistía en esperar al enemigo dentro de los atrincheramientos, y cuando empeñara el ataque contra algún punto, resistir denodadamente, mientras el ejército del Norte lo acometía por un flanco y la caballería, que mandaba el general Alvarez, cargaba su retaguardia. Batido así por todas partes, sin esperanza de refuerzos, era muy probable que tenía que sucumbir, aunque no sin ocasionarnos una pérdida bastante costosa".2

Preparativos para el combate

Los meses que corrieron de finales de mayo a principios de agosto de 1847 se ocuparon en la Ciudad de México en preparar la defensa y esperar el ataque. Organizar la defensa de la ciudad no era una tarea sencilla ni se disponía de mucho tiempo: construir e improvisar fortificaciones alrededor de la ciudad; localizar los puntos estratégicos; adaptar los edificios de gruesos muros para la defensa; incorporar y preparar a nuevas tropas, proporcionarles equipo, armamento y municiones; conseguir armamento nuevo; fundir más cañones; reparar los fusiles existentes y la vieja artillería.

   Todos los habitantes de la ciudad deben de prepararse: el comercio, las oficinas y los talleres cierran a las cinco de la tarde para que todos los hombres de entre 16 y 60 años acudan a recibir instrucción militar. Los civiles se incorporan a las Guardias Nacionales, allí se reúnen comerciantes y empleados, estudiantes y artesanos, impresores y poetas, todos deben siquiera aprender a manejar un arma, aunque no haya armas suficientes.
   "Entonces -nos relata Guillermo Prieto en sus Memorias- con sorprendente actividad, se puso en acción el Ayuntamiento, se abrieron fosos, se arbitraron recursos, se hicieron depósitos de semillas, se proveyeron cárceles y hospitales, se mandaron quitar las cajas de los coches para que convertidos en carros, condujeran la madera de la plaza de toros que se desbarató para blindajes..." Las Guardias Nacionales... presentaron un conjunto típico patrio, lleno de sublime grandeza y bravura.
   "El prócer, el mendigo, el joven lleno de vida, el anciano, el niño, cargando la cartuchera del padre enfermo, la gran señora conduciendo la canasta para las medicinas del hijo, todos obedeciendo a un sentimiento único: la patria; a una aspiración: su gloria; a un objetivo divino: su honra.
   "Y al ver aquellas filas, no uniformadas, no recortadas ni fundidas con un molde, no con los movimientos mecánicos de los títeres, sino con la dignidad del hombre, con su fisonomía de pueblo, con su positivo carácter de patria, se engrandecía el alma y se sentía algo más que el orgullo de la victoria, la satisfacción poderosa del acatamiento del derecho. México entero era una plaza de guerra..."3

Los yanquis avanzan sobre la capital

En la Ciudad de México no se hablaba de otra cosa que de la guerra y los preparativos para la defensa, es el 9 de agosto de 1847 cuando se corre la voz de que un ejército de más de diez mil yanquis al mando del general Scott ha salido de Puebla con rumbo a la capital. Una multitud impaciente se congrega en Palacio Nacional y en sus alrededores en espera de noticias oficiales.


General Scott en su entrada a la Cd. de México, 1847
    A las dos de la tarde, el disparo de un cañón, señal de alarma acordada, confirma la noticia: los yanquis avanzan sobre la Ciudad de México. La campana mayor de Catedral se echa a vuelo; las bandas militares tocan dianas, genéralas y otras marchas; por todas partes se oyen gritos de guerra: vivas a la República y mueras a los yanquis y a los enemigos de la patria. La gente va de un lado a otro, nerviosa corre, discute, prepara... Los cuarteles están llenos de militares y funcionarios, de jóvenes entusiastas y de viejos patriotas, de comerciantes, trabajadores y artesanos, y de muchos curiosos. Allí se alista a los ciudadanos para combatir a los invasores.
   Llamaban la atención como algunos jóvenes, casi niños, insisten en ser alistados en las filas de las Guardias Nacionales o del ejército mexicano, mientras sus madres angustiadas los buscan por todas partes.
   Al atardecer la euforia y el entusiasmo del pueblo por derrotar de una vez al enemigo crece. Y en medio de la confusión algunas mujeres, con la angustia contenida, bendicen a sus hombres y los animan a cumplir con su deber, mientras otras, preparan la canasta con víveres que llevarán al cuartel por la mañana. En contraste, los partidarios de la paz guardan silencio y muchas familias tratan de huir de la ciudad: por todas partes se ven carros con muebles mal acomodados atravesando las calles, pero en las garitas sólo se permite salir a las mujeres, a los niños y a los extranjeros.
   En la noche, con las sombras y el silencio, la euforia y el entusiasmo se convierten en indignación, cálculo, reflexión y temor; la ciudad se estremece. Guillermo Prieto en sus Memorias nos narra que esa noche "el eco de la campana se parecía a trueno lejano que pide socorro en el naufragio ..." y que cuando "cesó el ruido de vida de las grandes ciudades, se oía sólo el rumor de soldados transeúntes, golpear de herraduras de caballos, y en la noche el alerta vibrante y prolongado del centinela". 4


[1] Ramón Alcaraz, Alejo Barreiro, José Ma. Castillo, Félix Ma. Escalante, José Ma. Iglesias, Manuel Muñoz, Ra­món Ortiz, Manuel Payno, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Napoleón Saborío, Francisco Schiafino, Francisco Segura, Pablo Ma. Torrescano, Fran­cisco Urquidi. Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos. Siglo XXI, 1970.p. 206. Un grupo de hombres de letras, periodistas, políticos y militares redactaron este libro durante 1848. En 1854, Santa Anna mandó decomisar de las librerías estos apuntes para quemarlos porque según él denigraban la imagen de la patria.

[2] Ibid.  p. 208.
[3] Guillermo Prieto. Memorias de mis tiempos. México, Editorial Patria, 1969. pp. 396-398.
             [4] Ibid.. p. 400.