* Lecciones de esta historia

VII. Paz o guerra*

Tomado del libro Las Invasiones Norteamericanas en México, Gastón García Cantú. 1996. Fondo de Cultura Económica, México. D.F.
 Martes 14 de septiembre de 1847.

Actum est de Republica 
Acabóse la República mexicana, su Independencia
y libertad, y se han hecho inútiles
mis esfuerzos y padecimientos para crearla,
conservarla y hacer la feliz.
A las 7 salí de mi casa y supe que en la
Plaza Mayor había un cuadro de tropas enemigas
como de 300 hombres, que estaba ocupando
el Palacio y flotando sobre la azotea
el pabellón norteamericano que no tuve valor
para ver.
CARLOS MARÍA BUSTAMANTE, Diario.

EL 27 de agosto de 1847, el armisticio acordado entre Santa Anna y Winfield Scott empezaba a cumplirse. Las líneas de los dos ejércitos se tendían, sinuosas, por el contorno de la ciudad de México: la calzada de la Viga, Atzcapotzalco, Chapultepec, el camino hacia Toluca y, como una zona propicia para iniciar las pláticas de paz, Tacubaya. El día mencionado, José Joaquín Herrera aceptó formar parte de la comisión designada por Santa Anna: Bernardo Couto, Ignacio Mora y Villamil, Miguel Atristain y, como intérprete, Miguel Arroyo.1 El gobierno norteamericano había nombrado representante suyo a Nicholas P. Trist, desde el 13 de abril. Polk dejó una minuciosa constancia, en su Diario, de los temas discutidos por su gabinete. Su página es un modelo de cinismo: ¿Cuánto pagar por los territorios mexicanos invadidos? 

Campaña de Scott, agosto-septiembre de 1847.
Tenían planeado ofrecer 30 millones y hacían previsiones para el regateo

Polk dio una cifra largamente meditada por él: 30 millones de dólares. "Debiendo cederse a los Estados Unidos -escribió- todas las provincias de Nuevo México y la Alta y la Baja California." Una estipulación más añadía: que México cediera, además, el "derecho de paso a través del Istmo de Tehuantepec". Robert J. Walker, secretario del Tesoro, atribuyó más importancia a dicha concesión que al precio de los territorios. Buchanan, secretario de Estado, fijó una suma y ni un centavo más: 15 millones de dólares. Polk les hizo ver que sólo en terrenos públicos adquiridos y en ventajas comerciales, el precio era cuatro veces mayor. Se convino, al fin, en que Trist propusiera una suma máxima: 30 millones con todo el paso por Tehuantepec, pero que si no lograba que los delegados mexicanos lo aceptaran, conviniera en pagar 25 millones de dólares. Si la Baja California fuera tenazmente defendida, entonces ofreciera, por todo el territorio, 20 millones. Walker insistió en que el paso por el Istmo fuera una de las partes esenciales del tratado. Polk lo refutó con un inesperado escrúpulo de conciencia: no se había entrado a la guerra contra México por el paso de Tehuantepec. Había que ser honrados. Sólo lo previsto: Nuevo México, California y los límites hasta el Río Bravo.2
   Muy de mañana, Scott ordenó que varios trenes salieran del campo ocupado por sus tropas para abastecerse de víveres en la ciudad, según lo estipulado en el artículo 7° del armisticio. Cien carros llegaron a la Plaza Mayor, custodiados por dragones. Al verlos el pueblo empezó a gritar sus impotentes mueras contra los norteamericanos y Santa Anna. Piedras, insultos, palos. El general Tornel acudió a la plaza. En vano. Retrocedió sin lograr hacerse oír. Roa Bárcena, uno de los relatores de aquellos sucesos, 3 calificó de barbarie lo que se inició al pie de la cruz del Sagrario de la catedral y prosiguió por las calles  de Plateros. Treinta mil mexicanos insultaban y apedreaban a los norteamericanos al llegar José Joaquín Herrera a calmar sus ánimos. Aparecieron mil soldados mexicanos de caballería y otros tantos lanceros con sus oficiales para defender a los invasores. Los carros, cargados de víveres –adquiridos en la ciudad y en las haciendas cercanas–, represaron al campo de Scott.
Entrada del ejército Norteamericano a la ciudad de México
Dos días después, y sin saber nada de lo ocurrido en México, el gobernador de Michoacán, Melchor Ocampo, enviaba al congreso de aquel estado un escrito en el que constaban sus reflexiones políticas sobre la guerra contra los Estados Unidos. Ocampo coincidió con la ira popular. Eran de la misma raíz sus palabras: "La paz, la paz no sería para México sino al tiempo mismo que el sello de una indeleble ignominia, la condición más ventajosa para su nuevo conquistador." Ocampo desconocía las exigencias de los norteamericanos -la comisión no divulgó, entonces, lo tratado con Trist y sólo muchos años después se conoció el pensamiento de Polk y, sin embargo, sus deducciones fueron clarividentes:
“Examinemos por un momento -dijo Ocampo- cuáles serían las condiciones de éste [el conquistador norteamericano]. Coger a nuestro territorio tal y tal parte que le permitiese establecerse sobre el Pacífico, por comunicaciones directas con sus posesiones del Atlántico: hacerse pagar los gastos de la guerra procurando aumentarlos más con intereses... todo esto, para México, significaría perder la parte más grande y acaso la más rica de su territorio… perder el título de nación y con él todas las ventajas de ser una, porque ningún pupilo puede representar tal carácter. Para los Estados Unidos la paz sería la saciedad de su injusto odio y de su exagerado desprecio, de su insaciable rapiña y de su espíritu de expansión; sería en vez del desenlace de una guerra, el producto de un cálculo mercantil (precisamente, lo discutido por el gabinete de Polk), cuyos elementos no fuesen ya materia prima, máquinas y mercados, sino hombres y armas, batallas y una paz pingüe; sería no sólo consagrar en parte los derechos que con la fuerza pretende adquirir, sino quitar a tal pretensión toda su odiosidad; consintiéndola nosotros, sería ahorrarles aun los cuidados y gastos de conservar su conquista; sería en una palabra, volvemos a una condición peor que la de los mismos esclavos que hoy manchan sus instituciones...”4

La Guerrilla resultaba el camino más conveniente

Un día después, Ocampo dirige otro ocurso igualmente valioso al congreso de Michoacán: proponía hacer contra los norteamericanos la guerra de guerrillas. Ocampo repasó, brevemente, los medios disponibles para hacer la guerra y concluye, acaso teniendo en cuenta el informe presentado por Anaya un año antes, 5 que era imposible para México resistir al ejército norteamericano oponiéndole otro. En cambio, la defensa popular era el camino conveniente: 
“Abandonemos -afirma Ocampo- nuestras grandes ciudades, salvando en los montes lo que de ellas pueda sacarse, porque perjudicial, a más de estéril, sería su defensa, si alguna se pretendiese, pues que sólo produciría la destrucción material de sus edificios... y ya que no nos es dado imitar el bárbaro y selvático, pero heroico y sublime valor con que los rusos incendiaron su capital sagrada; ya que la de una República de 1847 ha de mostrar menos apego a la independencia que la de un pueblo de esclavos de 1812; imitemos por lo menos la táctica de nuestros padres en su gloriosa lucha ...”6

La lucha por la independencia

El razonamiento de Ocampo, cuya aplicación pudo salvarnos de la derrota y evitarnos incontables humillaciones, exigía una política reformadora de las estructuras sociales de la época. Confiar la defensa nacional al pueblo era darle su soberanía. Ocampo señala que el obsesivo deseo de implantar un reinado en México, de oponerse a la civilización -es decir, al liberalismo-, y el odio a los principios y a los hombres de 1824 –a quienes derrocaron, exiliaron y fusilaron a Iturbide y echaron las bases republicanas- había formado el bando que aceptaba "la dominación de nuestros vecinos del Norte"; de esa manera, y ya no procedente de Europa, “la humanidad –escribió da un paso entre nosotros, el doble despotismo de la espada y el incensario se cura radicalmente, y México, la infortunada, la despreciable, la befada México, se convierte así en parte integrante de ese coloso de poder...”

Las patéticas negociaciones

Ocampo no había definido un partido, ni una agrupación social, sino una tendencia que se advertía ya en los Santa Anna y los Zavala: la de la entrega consciente del país a los Estados Unidos, apoyándose en una confusa mezcla de republicanismo, oposición a las instituciones coloniales y a toda forma de dominio europeo en América; la de quienes renunciaban a la independencia. Cierto es que Santa Anna cabría en todos los grupos, en todos los bandos, porque de todos se sirvió para alcanzar una y otra vez el poder. Cuando intentó hacer lo mismo con el gobierno de los Estados Unidos, provocó, en parte, la derrota y la pérdida de los territorios del norte. Los sucesos posteriores y el fin mismo de aquella guerra confirmarían plenamente los vaticinios de Ocampo. La conducta que favorecía las transacciones, los pactos, el aislamiento del pueblo, la divulgación de que éramos débiles sin remedio ninguno; ceder y contraernos en un territorio menor, dejando intactas las instituciones, los privilegios y los fueros y, sobre todo, la propiedad, fue la intención predominante ante los norteamericanos.
   En 1845 el gobierno de José Joaquín Herrera, a la vez que daba cuanto le fue posible al ejército de Paredes, confiando exclusivamente a un ejército adiestrado en sucesivas deslealtades la defensa del país, procuraba persuadir a la nación de lo difícil y arriesgado que era el llevar la guerra contra los Estados Unidos por la anexión de Texas, remitiendo una circular suscrita por Manuel de la Peña y Peña, secretario de Relaciones. El motivo de sus opiniones, sometidas a la consideración de los gobernadores de los estados, eran las tentativas de paz del gobierno de Polk, expuestas por el cónsul de los Estados Unidos en México. Herrera pretendía un voto político por la paz o la guerra, a pesar de todas las agresiones ya sufridas por nuestro país. Respecto de la posibilidad de la guerra, decía Peña y Peña:
“Una guerra extranjera que se haya de sostener con una nación poderosa, adelantada en civilización, poseedora de una marina respetable, y que tiene una población muy superior a la de su enemigo, la cual aumenta rápidamente todos los días, por la emigración que atrae a ella una grande y no ininterrumpida carrera de prosperidad, importa inmensos sacrificios de hombres y dinero, no ya para asegurar la victoria, sino simplemente para evitar que se marche a un vencimiento seguro. Y ¿serán posibles esos sacrificios a la república mexicana en el estado de extenuación en que la han dejado tantos años de errores y desventuras?”7
   La tesis de la realidad mexicana deplorable, irredenta, por las luchas civiles desatadas, precisamente, por quienes no cejaban en sus intereses y privilegios. El gobierno de Herrera contemplaba la necesidad de la paz ante la imposibilidad de resistir la guerra.
[…]
   José María Roa Bárcena narró con fidelidad lo ocurrido en las reuniones del gabinete de Santa Anna, de las cuales surgió, primero, la negativa para aceptar los términos de la paz propuesta por Trist, la ruptura de las pláticas -6 de septiembre- y la reanudación de la guerra. La conducta de José Ramón Pacheco, ministro de Relaciones del 7 de julio al 16 de septiembre de 1847, no fue, en manera alguna, semejante a la de quienes proponían la guerra de guerrillas; el suyo fue un desplante que pudo influir en Santa Anna para romper el armisticio y lanzarse, otra vez, a una nueva aventura. Santa Anna no fue, en rigor, el jefe del ejército, ni el presidente de un país invadido, sino el comandante dubitativo, colérico, ignorante y adversario de sus propios generales en mayor medida que del verdadero enemigo. A partir del 6 de septiembre se inicia la derrota. La política que pudo salvar al país estaba, toda ella, en manos de quienes carecían del poder de aplicarla. Hubo patriotismo y saber fuera del gobierno. Éste es, sin duda, el drama de una generación que contempló, impotente, cómo se humillaba al pueblo y se entregaba la mitad del territorio nacional.
  No sin premura, Mariano Otero dirigió una comunicación al gobernador del estado de Jalisco.14 Ante las victorias norteamericanas, Otero no juzgaba perdida la guerra. Aprueba la lucha popular para discutir los términos de la paz en condiciones diferentes a las de septiembre de 1847. Sagazmente -y en ello coincidiría con Rejón-15 advierte la ayuda involuntaria que representaban para México las contradicciones políticas en el gobierno de Polk, el creciente apoyo de los partidarios de una paz equitativa y aun de los opositores a la guerra de conquista que se nos hacía. El tiempo, un tiempo ganado con la resistencia armada, y el aumento de la oposición interior en los Estados Unidos, favorecerían las negociaciones. La proposición de Otero fue debatida ampliamente por los diputados del partido puro. Examinados los argumentos de unos y otros, las diferencias no eran fundamentales. La oposición de Otero al Tratado de Paz, en esos días y bajo las condiciones exigidas por Scott, es clara. No carecen de profecía estas palabras de Otero:
“... no concibo cómo pueda ser honrado ni previsor un tratado que duplicará el poder marítimo de nuestros enemigos, que les entregará nuestra costa del Pacífico, y con ella el comercio de Asia; y si es que, como muy exactamente aseguran nuestros comisionados, México no puede perder la Baja California, porque debe conservar Sonora, y para conservar la Baja California necesita no desprenderse enteramente de la Alta: en buena lógica yo creo que lo que de aquí se infiere es, que no debe perderse ni una sola parte o un solo puerto, es perderla toda, y perderla de tal manera que, si tal infortunio se consuma, temo mucho, señor gobernador, que antes de veinte años nuestros hijos serán extranjeros en Mazatlán o San BIas.”16
   El relato de Otero de los inexplicables desaciertos de los jefes del ejército demuestra que la impunidad otorgada a los militares fue la causa de que no se les removiera de los mandos después de las derrotas y el abandono de las líneas de combate. La acusación de Bustamante a Santa Anna es congruente ante los episodios evocados por Otero. Valentín Gómez Farías, Miguel García Vargas, Manuel Crescencio Rejón y otros diputados se opusieron a Otero por 46 votos contra 29 al proponer éste que las negociaciones de paz debían hacerse respecto del territorio en disputa antes de la invasión: el de Texas. Ninguna concesión debía otorgarse a los norteamericanos. Los diputados, después de hacer un resumen de la situación del país, de las agresiones norteamericanas y de las tentativas de correr los límites del Tratado de anís, se preguntaban:
“...¿quién podrá dudar, que los Estados Unidos desde el año de 45 se consideran ya dueños de nuestro territorio existente entre el Sabinas y el Bravo del Norte, y de consiguiente que desde entonces y antes de la guerra estaba todo él en cuestión, entre nosotros y nuestros ambiciosos vecinos?” 17

* Los subtítulos agregados a éste capítulo son propios.
(1) Roa Bárcena, op. cit., vol. II, pp. 312-320.
(2)Diario del presidente Polk (1845-1849), reproducción de todos los asientos relativos a México, tomados de la edición completa de M. M. Quaife. Recopilación, traducción, prólogo y notas de Luis Cabrera. Ed. Antigua Librería Robredo, México, 1948, vol. 1, pp. 254-256.
(3) Roa Bárcena, t. II, pp. 320-321. Véase una crónica de la época, quizá a la que se refiere Roa Bárcena, en Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos. Tipografía de Manuel Payno (hijo), México, 1848, cap. XX, "Armisticio", por José María
Iglesias.
(4) Melchor Ocampo, "Escritos políticos", en Obras completas. Prólogo de Ángel Pala. F. Vázquez, editor, México, 1901, vol. n, pp. 266-268.
(5) Oficios anexos del ministro de Guerra, Pedro María Anaya, al de Relaciones Exteriores, Gobernación y Policía, Manuel de la Peña y Peña, en Comunicación circular… (dirigida) a los gobiernos y asambleas departamentales, sobre la cuestión de paz o guerra, según el estado que guardaban en aquella época. Imprenta de J. M. Lara, Querétaro, México, 1848, pp. 38-40. La fuerza militar disponible era, según Anaya, de 14770 soldados de infantería; 7550 de caballería, incluidas las tropas presidiales en la frontera, y 1 731 artilleros. Para hacerle frente al ejército norteamericano faltaban 32570 infantes; 6490 de caballería y 1 731 artilleros. Dichas fuerzas demandaban una erogación mensual de 1 172 539 pesos y reales, sin considerar el importe de las raciones de campañas y gratificaciones.
(6) Ocampo, op. cit., vol. II, p. 275.
(7) Comunicación circular, p. 6.
[…]
(14) Otero, op. cit., vol. n, p. 547.
(15) Manuel Crescencio Rejón, Pensamiento político. Prólogo, selección y notas de Daniel Moreno. UNAM, México, 1968, pp. 93-146. "Anunciado desde fines del año pasado un cambio en el espíritu del pueblo norteamericano, a consecuencia del ascendiente que tomaban las doctrinas de las almas nobles y generosas, que inculcaban la iniquidad de su gobierno en la guerra injusta que nos había declarado, ¿no dictaba por ventura el verdadero patriotismo esperar y fomentar el desarrollo de una tendencia, que debía más tarde proporcionar a la cuestión un desenlace, en que no fuesen tan grandes los quebrantos de nuestro país? ¿No era aquélla la oportunidad de suspender toda plática de paz, que no podía entonces negociarse sin graves perjuicios para nosotros, y proceder desde luego a reunir todos los elementos de vida, que pudiésemos oponer a las temerarias pretensiones del presidente Polk y sus parciales?" (p. 126).
(16) Otero, ibid.
(17) Exposición o programa de los diputados pertenecientes al partido puro o progresista, sobre la presente guerra, con motivo de una proposición del Sr. Otero, e imputaciones de ciertos periódicos que se publican en la capital, bajo la influencia del conquistador, r que se dejan correr libremente por el actual gobierno de la Unión. Querétaro, 1847, página 6.
Fragmento: pp. 67-77.
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Bicentenario e Historia
La Iglesia Católica y el Movimiento de Independencia*

Guadalajara, Jal., septiembre de 2010

El pasado 16 de septiembre, México celebró el Bicentenario de su Independencia, recordando a los héroes que nos dieron patria y libertad. Las figuras señeras de Hidalgo, Morelos, Allende, Aldama y Matamoros, entre otros, estuvieron presentes más que nunca en la memoria de millones de mexicanos que celebraron los logros de la gesta independentista.
Ante tal celebración, y a pesar de la efervescencia cívica que contagia a la mayoría de los mexicanos, resulta paradójico que no todos compartan la admiración por nuestros héroes patrios y, en algunos casos, éstos sean denostados sin reparo alguno. La anterior reflexión, es en referencia a las declaraciones de la jerarquía católica romana con motivo del Bicentenario.
Es un hecho histórico que la Iglesia católica romana, como institución religiosa, se opuso a la Independencia de México, apoyando al ejército realista con todos los medios a su alcance. Con el propósito de sofocar el movimiento insurgente, a sus caudillos y a las centenas de miles de simpatizantes que comulgaban con las ideas revolucionarias, la jerarquía eclesiástica echó mano del siniestro Tribunal de la Inquisición y de la excomunión. El objetivo: contrarrestar al ejército libertador que recién iniciaba esta lucha emancipadora.
El ex cura Miguel Hidalgo y Costilla, líder de la lucha armada, murió excomulgado y degradado como sacerdote católico. Semejante suerte corrieron otros clérigos como José María Morelos y Mariano Matamoros.
Alberto Beltrán, Excomunión de Hidalgo, imagen tomada de: Miguel Hidalgo y Costilla, México, INEHRM, 1987, p. 37 (Biografías para niños).

Robos, saqueos y excomuniones

Respecto a Miguel Hidalgo, el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, durante una entrevista televisiva, expuso las supuestas razones por las cuales fue excomulgado por la Iglesia católica, exhibiendo el escaso conocimiento que sobre la historia de México tiene:
 Haya sido lo que haya sido, cuando estuvo preso en Chihuahua antes de morir lo confesaron, lo auxiliaron, le dieron la comunión, lo sepultaron ahí [...]. ¿Si hubiera estado excomulgado le hubieran dado la confesión...? Y si lo excomulgaron no fue porque se levantó en armas, que quede claro, fue porque ya levantado en armas fue (sic) y anduvo violando en conventos, para sacar los bienes o para ultrajar a las religiosas...1
La ignorancia histórica del arzobispo de Guadalajara no tiene parangón, como se puede demostrar consultando los archivos y fuentes documentales de la época, en los que ha quedado registrado el verdadero papel que jugó la jerarquía católica mexicana durante la Guerra de Independencia.
En primer lugar, es necesario dejar en claro que los edictos de excomunión pronunciados en contra del ex cura Hidalgo por la jerarquía católica de la época, están plenamente demostrados por diversos autores, desde Toribio de Medina, en su Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, hasta el conservador Lucas Alamán, historiadores que reprodujeron y comentaron los documentos de su proceso.
Lucas Alamán, ideólogo del conservadurismo y enemigo de Hidalgo, reconoció ese hecho al afirmar en su Historia de Méjico que: Las armas de la Iglesia se empleaban también con el mayor empeño para reprimir la revolución. Luego de que el obispo electo de Michoacán, Abad y Queipo, tuvo conocimiento de ella, publicó el 24 de septiembre un edicto, en el que calificaba a Hidalgo y sus compañeros de perturbadores del orden público, seductores del pueblo, sacrílegos y perjuros, declaró que habían incurrido en la excomunión mayor [...] prohibió, bajo la misma pena de excomunión mayor, que se les diese socorro, auxilio y favor, y exhortaba y requería, bajo la misma pena, al pueblo que había sido seducido y seguía al cura con título de soldados y compañeros de armas, a que lo desamparasen... 2
Falta a la verdad el cardenal Sandoval cuando afirma que la excomunión al prócer no se dio "por haberse levantado en armas". Los edictos de excomunión expedidos por los arzobispos, obispos y el tribunal de la Inquisición, entre 1810 y 1811, tenían la consigna de desacreditar al ex cura Hidalgo ante el pueblo como "hereje", "cismático", "sacrílego"..., en el momento en que éste era líder de dicho movimiento.
Cuando el arzobispo acusa al prócer de perpetrar ultrajes en agravio de las religiosas, y añade que esa fue una de las razones por las que fue excomulgado -a semejanza de los inquisidores del siglo XIX-, recurre a la ficción e inventa un delito que sus predecesores en el episcopado jamás conocieron. De las 53 acusaciones que la Inquisición imputó a Hidalgo, en ninguna aparece el abuso sexual en contra de monjas; como tampoco existe registro en alguna fuente documental de la época. 3  ¿De dónde sacó Sandoval semejante disparate?
Al referir que la Iglesia católica excomulgó a Hidalgo por haber perpetrado "saqueos" y "robos" a la población, el arzobispo omite decir que estos actos fueron cometidos espontáneamente por la plebe que acompañaba a su párroco, no por mandato de éste. El hambre, la injusticia y la pobreza extrema que reinaba en la época del virreinato, fueron los verdaderos móviles de dichos saqueos, pues mientras que los arzobispos, mitrados y canónigos, junto con los virreyes y demás funcionarios peninsulares, vivían holgadamente y con grandes lujos, el pueblo vivía en condiciones deprimentes. Estos "saqueadores", a pesar de la excomunión y del acoso de la jerarquía eclesiástica, terminaron siendo héroes anónimos.
El arzobispo tapatío, en contraste, construye en su diócesis un santuario dedicado a los beatos "cristeros" que, de acuerdo con diversos autores, algunos de ellos -como es el caso de Miguel Gómez Loza- cometieron sabotajes y actos terroristas. Otros, sin realizar actos semejantes, daban la bendición a los "cristeros", cuya crueldad, en palabras de Carlos Monsiváis, era descomunal: "[los cristeros] desorejan maestros, violan a profesoras delante de sus alumnos, vuelan trenes, fusilan civiles, torturan...". 4 

Inconsistencias en la "confesión" de Hidalgo

Cuando el cardenal refiere que el ex cura de Dolores se "confesó" antes de morir, omite precisar las inconsistencias canónicas de dicho acto penitencial, en virtud de que la confesión impuesta al prócer quedó en entredicho, por tres razones fundamentales:
1. El Código de Derecho Canónico de la época establecía las características de las confesiones no válidas: "La absolución obtenida por medio de violencia, miedo o fraude es inválida...". 5 La violencia ejercida contra la persona de Hidalgo fue evidente a lo largo de su proceso inquisitorial, como lo documenta el presbítero Agustín Rivera, quien afirma que Hidalgo fue mantenido en prisión "con grillos en los pies y atadas las manos". 6 
2. El canónigo Francisco Fernández Valentín, legado del Obispo de Durango, impuso como confesor de Hidalgo al sacerdote José María Rojas, el mismo que meses antes había formulado a su arbitrio la "retractación" de aquél, obligándole a que la firmase por escrito.7 El texto de "abjuración" arrancado al prócer, fue hecho público por los eclesiásticos con el propósito de "desconcertar a los insurgentes y para disminuir los méritos del cura en menoscabo de su heroísmo". 8 
3. La blasfemia fue una de las 53 acusaciones que la Inquisición imputó a Hidalgo, al que acusó de apóstata y hereje por negar algunos dogmas católicos. 9 A este respecto, la Biblia señala que "todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu Santo no les será perdonada" (Mateo 12:31). ¿La penitencia impuesta por el confesor de Hidalgo sería suficiente para borrar la blasfemia que según los evangelios canónicos es imperdonable?

A propósito de la comunión...

El cardenal Sandoval, como era de esperarse, no ofrece elementos que prueben que el ex cura Hidalgo recibió el sacramento de la comunión antes de ser pasado por las armas. Lucas Alamán, Carlos María de Bustamante, José María Luis Mora y Lorenzo de Zavala, historiadores de la guerra de Independencia, no registran el momento en que el "Padre de la Patria" haya recibido, previo a su muerte, el sacramento de la comunión.
Esta privación tenía sustento en el Código de Derecho Canónico de la época, el cual señalaba que un clérigo excomulgado estaba impedido "del uso activo y pasivo de los sacramentos y, por lo tanto, no podía administrarlos ni recibirlos". 10 

¿Sepultura eclesiástica o cementerios bajo el dominio del clero?

Respecto a la privación de "sepultura eclesiástica" a los herejes, apóstatas y excomulgados, como fue el caso de Hidalgo, cabe recordar que esta norma se había relajado a partir del siglo XVIII en la Nueva España, para evitar escándalos y los muchos peligros de las "conciencias timoratas". Se permitía, entonces, que los restos de un excomulgado fueran enterrados en "lugar sagrado" aun sin haber recibido la absolución. 11 Que el ex cura de Dolores y sus compañeros de milicia hayan sido enterrados en dichos predios no significaba necesariamente que hubieran permanecido en plena "comunión" eclesial, sino a que "la Iglesia era el propietario más rico de México",    tanto en propiedades inmobiliarias como terrenos rústicos. Fuera de los cementerios bajo el dominio del clero, ¿qué espacio se podía utilizar como "sepultura eclesiástica"?

Emilio Watanabe, Fusilamiento de Hidalgo, imagen tomada de: Miguel Hidalgo y Costilla (Segunda versión), México, INEHRM, 1992, p. 42 (Biografías para niños).
Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, después de haber experimentado las torturas y vejaciones a que fueron sometidos por el Tribunal de la Inquisición, siendo fusilados y posteriormente decapitados. Sus cabezas permanecieron exhibidas en jaulas colgantes durante diez años, lapso en que la Iglesia católica, cual madre amorosa para con sus hijos espirituales, a cuyos cuerpos había dado sepultura, permitió que por más de una década las cabezas de estos héroes estuvieran separadas de sus cuerpos y fueran exhibidas para escarmiento de las hordas insurgentes.

Degradación sacerdotal, condición para la ejecución de Hidalgo

El 27 de julio de 1811, el canónigo Francisco Fernández Valentín degradó al cura Hidalgo. Luego de haber raspado con un cuchillo y sin piedad alguna las manos y las yemas de éste, expresó: "Privo para siempre por esta sentencia definitiva al nominado don Miguel Hidalgo y Costilla de todos los beneficios y oficios eclesiásticos que obtiene, deponiéndolo como lo depongo por la presente de todos ellos".13  En dicho proceso degradatorio, al ex cura Hidalgo se le raspó con un cuchillo la piel de su cabeza, con el fin de quitar el "santo crisma" (aceite) con que había sido consagrado como religioso. Con esta vejación pública, el "Padre de la Patria" fue reducido al estado laical de manera irrevocable, tal y como lo establecía el Pontifical Romano de la época.
Si Hidalgo no hubiese sido degradado, no sólo los soldados que lo fusilaron habrían incurrido en excomunión mayor por atentar contra la vida de un religioso, sino también los que dieron la orden, tal como lo establece el canon 15 del Concilio II de Letrán, del año 1138:
 Si alguno, persuadido por el diablo, comete el sacrilegio de poner manos violentas en la persona de un clérigo o de un monje, queda atado con el lazo del anatema [excomunión] y ningún obispo pueda absolverlo [...] hasta que se presente en la Sede Apostólica y cumpla lo que se le mande.
El canónigo Jesús Gutiérrez García, explica que "no solamente los que ponen manos violentas en la persona de un clérigo o de un monje" son sujetos de excomunión mayor, "sino los que lo mandan, con tal que el mandato sea ejecutado".14  De acuerdo con lo anterior, la degradación de Hidalgo fue un hecho consumado e irrevocable, pues, de no haber sido así, todos los que intervinieron en su encarcelamiento, vejación y posterior ejecución, habrían sido excomulgados ipso facto, bajo la forma latae sententiae.

Miguel Hidalgo murió excomulgado

El cardenal Juan Sandoval, al denostar a Hidalgo, lo convierte tácitamente en un traidor a sus principios revolucionarios; alguien que fue obligado a abjurar del movimiento insurgente y renegar de sus ideales libertarios. Ante tal despropósito, ¿qué festeja la Iglesia católica en este Bicentenario?
El ex cura Miguel Hidalgo murió excomulgado por la Iglesia católica por diversas causas; una de ellas, de acuerdo al edicto emitido por el obispo Manuel Abad y Queipo, el 24 de octubre de 1810, mismo que fue avalado por el arzobispo Francisco Javier de Lizana, de México, y los obispos de Puebla, Oaxaca y Guadalajara, respectivamente, fue por "haber atentado contra la persona y libertad del sacristán de Dolores, del cura de Chamacuero, y de varios religiosos del convento del Carmen de Celaya...". 15
La excomunión mayor del canon, se daba cuando alguien "ponía las manos violentas sobre un clérigo", como ya se dijo. Esta excomunión la decretó el papa Inocencio II en el Concilio de Letrán: "Si alguno [...] pone las manos violentas sobre un clérigo o un monje, queda sometido bajo el vínculo de la excomunión y ningún obispo pretenda absolverlo...". 16 La excomunión por golpear a un clérigo (llamada del canon), era de las reservadas en el derecho al papa, quien era el único que podía levantarlas. En el caso de las excomuniones de Hidalgo, el papa Pío VII (1800-1823) jamás absolvió al ex cura de Dolores de dichas censuras, como tampoco lo han hecho sus sucesores. La excomunión del caudillo insurgente, en consecuencia, continúa vigente hasta el día de hoy.
En México nos sentimos satisfechos de la obra de Hidalgo y de los insurgentes que al lado suyo le dieron a los mexicanos patria y libertad, oponiéndose a la voluntad de una Iglesia que no tuvo compasión ni misericordia de un hijo que procuró con los medios a su alcance la libertad para un pueblo oprimido; ese hijo que antes de morir explicó las causas de todos sus males:
Todos mis delitos traen su origen en el deseo de vuestra felicidad; si éste no me hubiese hecho tomar las armas, yo disfrutaría una vida dulce, suave y tranquila [...] Abrid los ojos americanos; no os dejéis engañar de nuestros enemigos. Ellos no son católicos sino por política: su Dios es el dinero, y las conminaciones sólo tienen por objeto la opresión...17
Doscientos años después del inicio de la independencia, los mexicanos nos alegramos en los héroes y libertades que gracias a ellos disfrutamos. Pero, ¿qué festeja una Iglesia que excomulgó a los que lucharon por la independencia de México y a quienes simpatizaban con este movimiento? ¿Qué celebra la institución que reconoció la Independencia de la entonces llamada Nueva España hasta 1836, ocho meses después de la fecha en que España reconocía a México como nación libre e independiente?
A pesar de la pena canónica (excomunión) que aún pesa sobre más de 100 millones de mexicanos por simpatizar con el ex cura y su movimiento revolucionario, hoy reiteramos que "aprobamos la sedición de Hidalgo y sus proclamas", gracias a las cuales vivimos libres del yugo extranjero.

¡Viva México! 
¡Viva la Independencia! 
¡Viva el ex cura Hidalgo!


* Este texto fue tomado de la página electrónica (www.lldm.org) del Ministerio de Comunicación Social de la Iglesia La Luz del Mundo, A. R.

(1) Esta entrevista fue difundida en el noticiero "GDL Noticias", de Televisa Guadalajara, el 4 de enero de 2010 (www.youtube.com/watch?v=O5Z0kGAhClE).
(2) Lucas Alamán, Historia de Méjico, Jus, México, 1972, pp. 250-251.
(3) Cf. J. Hernández Dávalos, Colección de documentos para la historia de la Guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, Tomo II.
(4) (Carlos Monsiváis, El Estado laico y sus malquerientes, UNAM, México, 2006, p. 105.
(5) Pedro Murillo Valverde S. J., Curso de derecho canónico hispano e indiano, Tomo IV, El Colegio de Michoacán-UNAM, México, 2005, p. 273.
(6) Agustín Rivera Sanromán, El joven teólogo Miguel Hidalgo y Costilla, UMSNH, Morelia, 1987, p. 181.
(7) Melchor Sánchez Jiménez, Hidalgo, antorcha de la eternidad, UMSNH, Morelia, 1994, p. 416.
(8) Ídem.
(9) Antonio Pompa y Pompa, Procesos inquisitorial y militar seguidos a don Miguel Hidalgo y Costilla, UMSNH, Morelia, 1984, p. 145.
(10) Murillo Valverde S. J., op. cit., p. 311.
(11) Ídem, p. 311.
(12) Robert J. Knowlton, Los bienes del clero y la Reforma mexicana, 1856-1910, FCE, México, 1985, p. 31.
(13) José María Luis Mora, México y sus revoluciones, Tomo III, Porrúa, México, 1965, p. 144.
(14) Jesús García Gutiérrez S.J. et. al , Dictamen sobre las excomuniones del cura Miguel Hidalgo, Toluca, 195
(15) Genaro García, Documentos inéditos o muy raros para la historia de México, v. 60, Porrúa, México, 1975, p. 392.
(16) García Gutiérrez S.J., op. cit., p.13.
(17) Ídem, pp. 402-403.
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