V. El movimiento incesante de las tropas
Al romperse las negociaciones entre los comisionados de México y los Estados Unidos se reinician las hostilidades con más vigor. El 7 de septiembre de 1847, los invasores yanquis avanzan desde Tacubaya y los mexicanos se preparan para evitar la llegada de los invasores a la ciudad defendiendo el Molino del Rey, Chapultepec y las garitas de San Cosme, Belén, la Tlaxpana y Romita.
"La ciudad presentaba un aspecto imponente y se notaba la agitación febril que precede a los grandes acontecimientos. La campana de la Catedral resonaba como un lúgubre y prolongado gemido; la policía multiplicaba sus providencias, y se notaba el marcado contraste entre aquellos que, patriotas diligentes y activos, cooperaban a que México se defendiera con la heroicidad de Numancia y Zaragoza, y los egoístas o espantadizos, que se preparaban a huir, desanimando a todos con los más funestos y sombríos presagios."34
Las fuerzas mexicanas se concentran en los campos y las fortificaciones del Molino del Rey, Casa Mata y Anzures, reforzando esta línea con reservas en Chapultepec y con la caballería en la Hacienda de Los Morales. Pero al anochecer el general Santa Anna manda marchar a un buen número de contingentes hacia San Antonio Abad, con gran parte de la artillería, creyendo que por aquel punto se entablará el combate contra los yanquis.
Chapultepec y Molino de Rey |
"El movimiento incesante de tropas y de trenes producían, particularmente en las noches, un ruido siniestro, como el precursor de una desastrosa tormenta y ponían de manifiesto la reanudación de las hostilidades. Tras los preparativos llegó el famoso día 8 de septiembre. Algunos alardes hechos por el enemigo hacia el sur de la ciudad, hicieron creer que iba a ser atacada la garita del Niño Perdido: pero a poco oyéronse detonaciones lejanas por el rumbo de Chapultepec y se tuvo la certidumbre de que el punto objetivo del verdadero ataque era el Molino del Rey. En esos momentos escuchábanse en la ciudad los toques de genérala por las bandas de los Cuerpos que recorrían las calles, y simultáneamente el pausado y grave sonido de la campana mayor de la Catedral que tocaba a rebato. Entonces la población se entregó a la mayor agitación; los militares, a paso apresurado o al correr de los caballos que montaban, se dirigían a sus puestos designados; los trenes de artillería rodaban con precipitación y gran estrépito: la gente iba y venía, y con inquietud igual, unos se dirigían a los lugares escampados del oeste de la ciudad y otros a ganar las alturas de las casa y de los templos; quienes corrían con armas, quienes sin ellas, y el populacho, en pelotones, recorría las calles lanzando ¡vivas! a México y ¡mueras! a los yankis."35
Cuando los norteamericanos inician el ataque de artillería sobre el Molino del Rey, el general Santa Anna se encuentra por el rumbo de San Antonio Abad, y dicen que al oir el general el cañoneo por el rumbo de Tacubaya queda tieso como un palo, y que en cuanto puede reaccionar da apresurado la orden a las tropas que acaban de llegar del Molino del Rey de contramarchar hacía el Molino del Rey.
"Pero desde la garita de San Antonio Abad hasta las Lomas del Molino del Rey, hay cerca de dos leguas, sin contar con los rodeos que tienen que hacerse para evitar las muchas acequias que cortan el terreno. Así sucedió que a pesar de que las tropas aceleraron su marcha cuanto les fue posible, no pudieron llegar al lugar del combate en tiempo oportuno". 36
Como si fueran los caballos de piedra
Mientras tanto, en el Molino del Rey está la refriega en su apogeo, los yanquis avanzan con gran ímpetu, capturan tres piezas de artillería y ¡Ya se las llevan! cuando las tropas de reserva del general Echegaray que vienen de Chapultepec se abalanzan sobre ellos, sin esperar las órdenes que quizá nunca llegarían. El general Echegaray al frente de sus hombres recupera los cañones y con los mismos abre fuego, confiado en el refuerzo que ha de darle la caballería del general Alvarez.
Pero los cuatro mil jinetes de Alvarez no atacan: se les ve negrear allá por la Hacienda de Los Morales, pero ¡tan tiesos!. Al paso del tiempo la esperanza de auxilio se convierte entre los defensores en indignación y desesperación: ¿Qué esperan... a que nos maten a todos?; ¡A darle muchachos que aquellos ya se rajaron!
"La inquietud nos quemaba; los clarines de infantería, de puro atrevidos, tocaban trote y los yanquis orejeaban... pero la caballería ahí se estaba, como si fueran los caballos de piedra..."37
Las tropas sin embargo combaten como fieras, los yanquis retroceden, reorganizan sus tropas y atacan con más fuerza. El general Echegaray, sin apoyo, en medio del campo se ve obligado a retroceder; sobre el Molino del Rey y la Casa Mata empieza la lluvia de bombas.
Los defensores de Casa Mata no tienen artillería, se la llevó el general Santa Anna para San Antonio Abad, así que se lanzan con valor y decisión fuera del recinto al combate y hacen retroceder por un momento a los invasores: ¡que Viva México, señores, que aquí nadie se raja! ¡Ea, yanquis coyones no corran!
El campo queda regado de cadáveres. Los enemigos toman la Casa Mata. "Ya en esto, la tremolina era infernal, entre aquellos ríos de balas, vimos atravesar como diablos cargando sus escalas para asaltar la Casa Mata, a los de Kentucky; algunos de esos se treparon en la caja del agua y nos cazaban como a conejos". 38
Don Lucas Balderas está herido y sigue combatiendo medio torcido, casi hincado; allí cerca caen luchando los generales Gelati, León y Méndez. Los soldados siguen combatiendo, animándose unos a otros: ¡órale compadre que ya casi les ganamos!; ¡Éntrele, que ahorita ha de llegar Santa Anna con los refuerzos!
"La tropa sin jefes, con sus oficiales heridos, cuando todo era barullo, seguía maniobrando como en una parada... Y a esa hora, el bamboleo de la derrota, los gritos de las malditas mujeres y algunas carreras, decían que aquello no tenía remedio..."39
Acusándose unos y otros por la derrota
Finalmente, los sobrevivientes se retiran, buscando refugio en Chapultepec, por la calzada pasan rumbo a la ciudad los heridos del cuerpo y del alma preguntando todavía por los refuerzos. Los yanquis abandonan los edificios conquistados y se retiran a Tacubaya, temiendo que en cualquier momento les caiga por sorpresa el ataque de la caballería mexicana.
Santa Anna, seguido de su estado mayor y de un gran número de tropa que no ha combatido, entra a la Ciudad de México, va el general acusando a cuantos se le cruzan en el camino por la derrota. A él, unos lo acusaban de inepto, los otros de traidor.
"Y Santa Anna, que andaba de un lado a otro sin reforzar ninguno, descarga su responsabilidad sobre Alvarez. Alvarez la descarga sobre su subordinado el general Andrade. El general Andrade, sobre sus oficiales, los oficiales sobre los soldados, los soldados sobre los caballos. Los caballos son los únicos que no pueden quitársela de encima". 40
Los yanquis sufrieron importantes pérdidas, sus carros de guerra quedaron regados por el campo, su tropa agotada, y los principales mandos de su ejército en pugna. Pero Santa Anna no tiene otro plan que la defensa, así que los días que siguieron a la derrota del Molino del Rey va de aquí para allá ocupado en multitud de minucias, mientras los yanquis se reorganizaban.
"El general Santa Anna en esos días continuó residiendo en Palacio. Se levantaba a las cuatro de la mañana, montaba a caballo y recorría las garitas y puntos fortificados, ocupándose de multitud de pormenores que lo distraían, tal vez, de formar un plan general y bien combinado para obtener un triunfo". 41
Renacen las esperanzas y con ellas el entusiasmo
La gente en la ciudad se organiza para apoyar al ejército, el Castillo de Chapultepec, ocupado por el Colegio Militar, aparece como una fortaleza inexpugnable desde la que se domina todo el Valle de México. Renacen las esperanzas y con ellas el entusiasmo.
Un periodista yanqui escribe: "¿Y quién construyó las baterías y parapetos de la capital de México? Hombres, mujeres y niños se ocuparon en esto noche y día, como por un impulso simultáneo, y se dice que aun las señoras de la clase alta trabajaron generosamente en aumentar la defensa común. Brotaron por todas partes como por encantamiento, fortificaciones completas; la aurora alumbraba caminos bien parapetados que la noche anterior estaban abiertos a la entrada del enemigo. Desde las avanzadas americanas, en el tiempo que pasó entre el 8 y el 12 de septiembre, se veían millares de los enemigos, con palos y azadones en la mano, fortificando los antiguos parapetos, y formando nuevos, nuestros centinelas oían el ruido afanoso de los trabajadores, aun durante las horas silenciosas de la noche, cuando se colocaban nuevos cañones o se cerraban nuevas entradas a los invasores..."42
VI. Los cadetes y el Batallón de San Patricio
El 12 de septiembre de 1847 los invasores yanquis atacan el Castillo de Chapultepec. Inician con un bombardeo intenso y constante durante más de catorce horas. Unos cuantos cañones mexicanos contestan la agresión mientras ochocientos infantes y un puñado de alumnos del colegio militar esperan el momento de entrar en acción.
El general Nicolás Bravo, que se hallaba al frente de los defensores, manda uno tras otro a los mensajeros a pedir al general Santa Anna los refuerzos de artillería y la tropa que ofreció.
El general Nicolás Bravo, que se hallaba al frente de los defensores, manda uno tras otro a los mensajeros a pedir al general Santa Anna los refuerzos de artillería y la tropa que ofreció.
"Santa Anna le contesta que es inútil enviar infantería que soporte la lluvia de bombas y que la pondrá en marcha en el momento del asalto. La reserva de cinco mil hombres está a dos kilómetros". 43
Mientras los artilleros mexicanos no paran un momento las horas pasan lentas, muy lentas para la infantería, nada puede hacer, sino esperar hasta tener a los yanquis a tiro de fusil.
"En la parte superior del cerro estaba gran parte de la tropa, serena, inmóvil, en una inacción más terrible unas veces que la muerte.
Se mandó que se sentasen los soldados teniendo sus fusiles entre las piernas; llovían las bombas; al estallar sobre las peñas se centuplicaban los proyectiles; al volar las balas y las bombas entre los árboles, destrozaban las ramas que volaban gimiendo con estrépito espantoso.
Las balas huecas aúllan como gentes... los soldados estaban siempre inmóviles, pero las balas los iban a asesinar en sus asientos; entonces quedaba un hueco y un charco de sangre... aquello era horroroso sobre toda ponderación. Aquel suplicio de la inmovilidad; aquella muerte sin ruido; aquel terror concentrado sin más desahogo que el ¡ay! del herido... todo aquello era más imponente que todos los asaltos de la tierra.
Morir matando: morir en la embriaguez de las músicas, de los vivas; morir flameando nuestras banderas al eco de los clarines; entre nubes de humo, es morir en el gran festín de las almas entusiastas. Pero dejarse matar así en silencio... como quien se atraviesa a oscuras por entre asesinos, eso está sobre todo lo que se pueda contar". 44
Al anochecer cuando cesa el bombardeo numerosos mensajeros atosigan al general Santa Anna pidiéndole que envíe los refuerzos.
Entre órdenes y contraórdenes
El 13 de septiembre amanece entre órdenes y contraórdenes del general Santa Anna que manda a un solo batallón a reforzar a los defensores de Chapultepec. Los yanquis se lanzan al asaltó del Castillo. En la rampa de acceso se entabla un fiero combate entre un batallón mexicano y una columna de cientos de invasores. Es el batallón de San Blas bajo el mando de general Xicoténcatl.
"Ardía a nuestros pies el bosque; yo con otros chicos queríamos rodar peñas para aplastar a aquellos malditos.
Ataque de Cahpultepec, 13 de septiembre de 1847. |
"Ardía a nuestros pies el bosque; yo con otros chicos queríamos rodar peñas para aplastar a aquellos malditos.
En la rampa se batía el cobre de lo lindo; todo el cerro era un verdadero infierno. La columna que atacaba la rampa vaciló; la gente decía: ¡Bravo, Xicoténcatl, bravo! ¡Que viva México! aquello era una desesperación...Parecía de hule aquel héroe. Saltaba como un Satanás, y donde él estaba "había luz de patria, y venía, a querer o no, el ardimiento. Hieren a Xicoténcatl y se le nota más bravura, cae, y los enemigos gritan ¡hurra! pero vuelve a levantarse y riega los enemigos a sus pies. Al expirar este héroe divino retumbaba el bosque con sus gritos de ¡viva México! ¡San Blas siempre vence!"45
Aquellos mocosos se volvieron fieras
Allá arriba la cosa estaba que arde y sin noticias de las tropas de refuerzo, ni de la caballería. Los yanquis ya están llegando a la cima del cerro.
El general Bravo permite retirarse a los jóvenes alumnos del Colegio Militar, pero ellos se niegan, prefirieren quedarse a combatir.
"...aquellos mocosos se volvieron fieras...¡Cuánto muchacho regando a los pies del invasor la flor de la vida! El general Bravo estaba como una encina inmóvil en medio del huracán que tronchaba los lindos arbustos que le rodeaban.
¡Adelante muchachos! se gritaban unos a otros, por allí Márquez, más adelante Escutia... el chatito Barrerita, el chapulin aquel al que le decían el Duende.
Yo estaba donde más, arreciaba la lucha; unos yankees empezaban a rodear la parte del cerro que ve a Anzures y por donde estaba el hospital. Los heridos se levantaron como espectros, y comenzaron a luchar con piedras, con armas que recogían, medio desnudos, con sus cabellos erizados, con los rostros cadavéricos.
Empujábanse los combatientes unos a otros, y se precipitaban rodando entre las peñas y los matorrales, y caían que era horror. El general no descansaba; aquello era un día del juicio. No había un solo accidente del terreno que no presentase faz de una tremenda lucha; el cerro mismo era un gigante que temblaba, que mugía y que parecía que se desangraba." 46
A las diez de la mañana cayó el Castillo en manos de los yanquis. "Y la reserva de Santa Anna se retira sin haber entrado en acción..." 47
Guillermo Prieto en sus Memorias nos pinta la cara de la derrota: "Terminado el combate, como si rodaran repentinas las penas, que contenía un torrente, nuestras tropas revueltas, hirvientes, se precipitaron por las calzadas de La Verónica y Belén, en un tumulto, en un atropello, en una gritería y confusión tales, que es más fácil imaginar que describir. Apenas recuerdo en ese espantoso remolino de hombres, armas, caballos, rugidos de desesperación y muerte...La tropa, la ciudad, las familias que emigraban, los trenes de guerra y las acémilas, las camillas de ambulancia, y el oleaje inquieto de gente vagabunda, todo presentaba la imagen del caos". 48
El Batallón de San Patricio
Unos ciento cincuenta irlandeses del Batallón de San Patricio cayeron prisioneros cuando combatían a nuestro lado contra los yanquis en Contreras y Churubusco. En los primeros días de septiembre de 1847 los jefes del ejército invasor ordenaron la ejecución de 20 de ellos: 16 fueron colgados en San Ángel y cuatro en Mixcoac.
Veinte integrantes del Batallón de San Patricio fueron ejecutados. Sam Chamberlain's, 1847. |
El 13 de septiembre serán ejecutados treinta más en Mixcoac: desde temprano se les coloca en línea de frente hacía Chapultepec con esposas en los puños y cuerdas en el cuello, el general yanqui encargado de la ejecución los hace esperar durante horas.
"...mientras la muerte les miraba el rostro, cada hombre al pie de su respectiva horca, hasta que, según declaración y promesa del jefe, ...fueran tomadas las vecinas alturas de Chapultepec, que estaban siendo asaltadas por el ejército americano...El resto del Batallón de San Patricio, mandado por Reilly,... fue castigado con severidad; algunos con cincuenta azotes cada uno, y la letra D, desertor, marcada en la mejilla con un hierro candente; después condenados a cargar un yugo de ocho libras de peso, con tres puntas y de un pie de largo, alrededor del cuello, además, se les impuso la dura faena de montar guardia durante todo el tiempo de la ocupación de México; ... a otros se les aplicaron 200 azotes y se les obligó a cavar las tumbas de sus compañeros ejecutados". 49
Belén y San Cosme
Azotes dados por el ejército invasor |
Belén y San Cosme
Horas después de tomado el Castillo de Chapultepec el general yanqui Scott hace avanzar a sus tropas hacia la ciudad, la lucha se entabla con furia en las garitas de Belén y San Cosme.
En la garita de Belén -nos dice el coronel Balbontín- "...los ingenieros habían construido los parapetos precisamente debajo de los grandes arcos que formaban la portada.
El enemigo, que lo observó, en lugar de dirigir el fuego de sus cañones contra la fortificación, lo dirigió a la clave de los arcos, produciendo con esto, una lluvia de grandes piedras, que caían sobre los defensores del punto, ya batidos por la fusilería. La garita fue pues, abandonada después de una considerable resistencia, y la tropa que la defendía se replegó a la Ciudadela. Una de las víctimas de la imprevisión de los ingenieros, fue el jefe de la división, don Rafael Linarte, que mandaba la artillería de aquel punto, y que murió, a consecuencia del golpe de una enorme piedra que le cayó encima". 50
En San Cosme el enemigo no puede acercarse a la garita, cualquier intento es rechazado por la artillería mexicana. Los yanquis cambian su táctica, dejan una fuerza haciendo fuego directo sobre la garita, mientras parte de su tropa se dispersa y protegida por el acueducto, carga sobre las casas de un lado de la calzada, rompiendo puertas, haciendo fuego, tirando muros, con barretas y palas atravieza por dentro de una a otra las casas de una manzana entera hasta cruzar del otro lado de la garita para atacar desde allí a sus defensores. Los vecinos huyen despavoridos y el yanqui los caza por las azoteas. Muchos quedan allí, sepultados en sus hogares. A las cinco de la tarde la garita de San Cosme cae en poder del enemigo.
VII. La resistencia popular anónima
Al anochecer del día 13 de septiembre de 1847, tras las derrotas del ejército mexicano en Chapultepec y en las garitas de San Cosme y Belén, el general Santa Anna convoca a una junta de generales en el edificio de La Ciudadela para decidir si se defiende o se abandona la Ciudad de México.
Los puntos de vista son encontrados: que si todo está ya perdido; que si las promesas del general; que si todavía se puede detener a los invasores; que si el honor y el patriotismo; que si la población indefensa... El general Santa Anna, general en jefe del ejército y presidente de la República, pone fin al asunto, diciendo: "Yo determino que se evacue esta misma noche la ciudad". 51
"... Ya se sabe que semejantes juntas, por regla general son comedias; se hace siempre lo que quiere el jefe, y el jefe quería evacuar la ciudad..."52
Se marcharon en silencio
Santa Anna sale esa misma noche para la Villa de Guadalupe, no organiza nada, da órdenes a las tropas de abandonar de inmediato la ciudad. Cuatro mil jinetes y cinco mil soldados de infantería se van tras él, muchos nunca combatieron contra los invasores. A los demás regimientos se les da orden de disolverse y a los Guardias Nacionales ni siquiera se les avisa.
"... ni la misma junta, ni el general en jefe pensaron en el plan de operaciones que se debía seguir: nada se resolvió sobre la conducta posterior del gobierno, nada se tocó sobre medidas de política o de guerra..."53
La huida se realiza tan rápida y silenciosamente que tienen que abandonarse en La Ciudadela gran cantidad de armas y municiones. "Se salvaron nomás catorce piezas, con algunos carros de parque y parte de los trenes, quedando allí varios cañones y un acopio considerable de fusiles y otros útiles de guerra, que cayeron al siguiente día en poder de los enemigos". 54
Las tropas se marchan en silencio con la tristeza, la impotencia y desesperación a cuestas. "Entonces empezaron a recogerse los desgraciados frutos de la desmoralización, que tantos golpes consecutivos habían introducido en el ejército. Los soldados, favorecidos por la oscuridad, comenzaron a desertarse..."55
En la madrugada del 14 de septiembre, las autoridades del Ayuntamiento de la ciudad se presentan en el campamento enemigo, con una bandera blanca en alto, para avisarle al jefe de los yanquis que el gobierno y el ejército mexicano han abandonado la capital y a negociar con el invasor protección para los ciudadanos.
Bajo el yugo de las bayonetas extranjeras
"La población de México que, a pesar de las derrotas del día anterior, había dormido en la creencia de que las tropas con que aún contábamos defenderían la capital calle por calle, conforme a la solemne promesa del general Santa Anna, despertó el 14 de septiembre bajo el yugo de las bayonetas extranjeras". 56
Al amanecer comienzan a entrar las tropas yanquis a nuestra ciudad. A su paso, las calles y bocacalles, las azoteas y las ventanas se llenan de gente azorada. "En los barrios la noticia se esparcía como fuego, quemando el alma".57
Por la calle de San Francisco avanzan los invasores hasta llegar a la Plaza; el pueblo llega también, llega por montones, unos corriendo amenazantes, otros caminando lento, como no queriendo, curiosos, incrédulos. "... el infame y eternamente maldecido Santa Anna nos abandonó a todos, personas y cosas, a la merced del enemigo, sin dejar un centinela". 58
La bandera de barras y estrellas en Palacio Nacional
"En la Plaza, -relata Guillermo Prieto- aunque desparramada, había mucha plebe, hormigueaba dentro de los portales, se tendía por el Cementerio de Catedral, se hacía remolino por las esquinas. Formaron los yankees como por el centro de la Plaza, tres lados de un cuadro con las espaldas al portal de las Flores y Diputación, portal de Mercaderes y frente a Catedral. En el interior de ese cerco se veían seis banderas suyas grandes y dos estandartes como los de caballería.
Luego que estuvieron así plantados, se destacó una partida como de unos veinte hombres y se fue metiendo a Palacio; se nos figuró que iban como a degollar a alguno de nuestra familia. En éstas, ya el gentío hervía por todas partes, las azoteas estaban cuajadas de cabezas, lo propio que las torres; la multitud se hacía olas que como que se columpiaban y hacían hincapié contra el cerco. De los veinte soldados, unos aparecieron en el balcón principal de Palacio y salieron como a sacarnos la lengua y decirnos: éste por mí; se oyó como un gruñido en toda la Plaza. Otros soldados subieron con su bandera y de un lado del cuadro de piedra del reloj la revolaban, como si nos pegaran un puñal en el pecho, aquello era darnos con el trapo puerco en la cara..."59
Una actitud digna
Por todas partes se comenta la traición y la huida de Santa Anna, la salida de la tropa, la entrega de la ciudad a los invasores y las negociaciones del Ayuntamiento con los yanquis.
Parece increíble, una pesadilla... Más ¿cómo dudarlo a la vista de las tropas yanquis en nuestra Plaza?, y si, "desde las seis había aparecido en las esquinas una proclama del Ayuntamiento anunciando la ocupación pacífica de la capital por el enemigo y excitando al vecindario a conservar una actitud digna y tranquila". 60 ¿Era digno para el Ayuntamiento dejarse pisotear por los yanquis?, ¿qué actitud puede haber más digna que la lucha por la libertad?
Pide el Ayuntamiento de la Ciudad de México a sus habitantes que mantengan una actitud digna y tranquila, pero, ¿Cómo conservar la tranquilidad?, ¿Cómo no indignarse al ver ondear en Palacio la bandera yanqui de las barras y las estrellas el día 14 de septiembre, víspera del aniversario de la independencia de México de la dominación española?
Como el aire que junta llamas y forma incendio
"En la esquina de la plaza del Volador -relata Guillermo Prieto- y subido como en alto, estaba un hombre, pelón, de ojos muy negros, de cabello lanudo y alborotado, de chaquetón azul, que hablaba muy al alma; su voz como que tenía lágrimas, como que esponjaba el cuerpo: 'las mujeres nos dan el ejemplo, ¿qué ya no hay hombres?, ¿qué no nos hablan esas piedras de las azoteas?...La gente gruñía con un rumor espantable: la voz de aquel hombre caía en la piel como azote de ortiga... Aquel era don Próspero Pérez, orador de la plebe de mucho brío y muy despabilado, como pocos. Cuando él estaba en lo más enfervorizado, y más en sus glorias los yanquis, de por detrás de Próspero sonó un tiro de fusil y pasó silbando una bala; un grito de inmenso regocijo y explosiones de odio, de burla y desesperación acogieron aquello...Los yankees se fueron sobre el tiro, acuchillando a la gente, atropellando a las mujeres ya los niños...
Entonces, como en terreno quebrado, varios hilos de agua se juntan y forman ríos; como en campo que arde aquí y allá, el aire junta las llamas y forma incendio, así la gente se juntó... y descargó balazos y pedradas..." 61
La gente reunida "empieza a formar corrillos, a montar en cólera a la vista de la altivez de los norteamericanos; y pronto, despreciando el peligro, deseando provocar una lucha sangrienta, se lanza al grito de guerra, y los vencedores que ya no contaban con encontrar resistencia, se ven acometidos en plazas y calles con un ímpetu que los alarma". 62
[34] Alcaráz. Op Cit. p. 290
[34] Alcaráz. Op Cit. p. 290
[35] García Cubas. Op Cit. p. 432.
[36] Balbontín. Op Cit. p. 98.
[37] Guillermo Prieto (Fidel). Revista Universal, Septiembre de 1875.
[38] Ibid.
[39] Ibid.
[40] Muñoz. Op Cit. p.230.
[41] Alcaráz. Op Cit. p. 305
[42] American Star, 19 de febrero 1848.
[43] Muñoz. Op Cit. p. 232.
[44] Prieto (Fidel) Op. Cit.
[45] Ibid.
[46] Ibid.
[47] Muñoz. Op. Cit. p. 233.
[48] Prieto. Op. Cit. p.421.
[49] William Jay, Revista de las causas y consecuencias de la guerra mexicana. México, Editorial Polis, 1948, p. 143.
[50] Balbontín. Op. Cit. pp. 102-103.
[51] Alcaráz. Op. Cit. p. 324.
[52] Prieto. Op. Cit. p. 422.
[53] Alcaráz. Op. Cit. p. 335
[54] Ibid.
[55] Ibid. p. 336.
[56] Ibid. p. 325
[57] Prieto. Op Cit. p. 423.
[58] José Fernando Ramírez, "México durante su guerra con los Estados Unidos" en Genaro García, Documentos inéditos o muy raros para la historia de México. Libreria de Ch. Bouret, 1905. p. 318.
[59] Prieto (Fidel). Op. Cit.
[60] Roa. Op. Cit. Tomo III, p. 140.
[61] Prieto (Fidel). Op. Cit.
[62] Prieto. Op. Cit.