Capítulos II. En el Peñón todo está listo para el combate. Capítulo III. El convento de Churubusco convertido en fortaleza. Capítulo IV. Los invasores protegidos por el gobierno de Santa Anna.

II. En el Peñón todo está listo para el combate

En el cerro del Peñón se construyó la mejor de las fortificaciones, ya que era el paso directo del ejército enemigo que venía de Puebla.

   
   El 11 de agosto de 1847 los batallones Hidalgo, Victoria, Independencia y Bravos de la Guardia Nacional salen de la ciudad rumbo al Peñón. Una multitud se congrega a despedirlos, aclamarlos y seguirlos. ¡Y cómo no hacerlo! son batallones de ciudadanos, no son expertos militares, es más, la mayor parte de estos hombres nunca ha participado en un combate, pero ¿qué familia no tiene allí un hijo, un padre, un primo, un novio, un amigo, un conocido?
   Guillermo Prieto en sus ya citadas Memorias nos habla de la composición de estos batallones: "Victoria se compuso de comerciantes, en su mayoría, pero había médicos, diputados, hacendados... Hidalgo cuerpo compuesto de empleados de todo género, pobres y alegres, decididores y acomodaticios... Independencia cuerpo brillante, de gente de acción, escogida, artesanos, hombres fuertes y expertos en el manejo de las armas... En este cuerpo se alistaron, Otero, Lafragua, Comonfort y otros personajes que le daban gran prestigio... Bravos cuerpo de tabaqueros..."5
   El campamento del Peñón es por unos días un lugar muy animado, del que nos relata Roa Bárcena "se convirtió en un lugar de cita y paseo de casi todas las familias... El 14 ó 15 tuvo lugar en el expresado punto del Peñón la bendición y entrega de banderas a los batallones Patria, Unión y Mina..."6
   La avanzada de las tropas invasoras es vista por los pueblos de Santa María y San Isidro, poblados cercanos al Peñón. Se acabó la fiesta. En el Peñón todo esta listo para el combate; la multitud de acompañantes regresa a la ciudad, allí con temor y esperanzas ocupan torres y azoteas con la mirada fija en el cerro. Las horas pasan.

El invasor rodea la ciudad

Avance de las tropas hacia la Ciudad de México

Las avanzadas del enemigo llegan frente al Peñón, reconocen la fortificación y la dejan de lado. "Probablemente -anota el coronel Manuel Balbontín- el general Scott juzgó muy difícil esta operación, porque prefirió hacer un rodeo por el Valle, para envolver nuestras líneas de defensa, y llevar sus ataques al Sur y al Oeste de la ciudad...En consecuencia, levantó el campo, y haciendo una travesía peligrosa, se dirigió por el camino de Xochimilco a Tlalpan, donde estableció su cuartel general".7
   Al ver que los enemigos se alejan, la desilusión se apodera de las tropas mexicanas, era la mejor de las fortificaciones... pero no hay tiempo que perder. El general Santa Anna y sus comandantes se dirigen a toda carrera hacia el sur, las tropas tomaron rumbo a Churubusco, San Angel, Tlalpan y Coyoacán.
   Se discuten las posibles estrategias entre políticos y oficiales, entre comerciantes y curiosos, pero el jefe es el jefe... y el general Santa Anna se mantiene firme en su estrategia defensiva y decide no atacar. Los días que tarde el general yanqui y sus tropas en rodear la ciudad se aprovecharan entonces para mejorar y construir más fortificaciones.
   El cambio de planes no es favorable para los mexicanos, pues a decir de Roa Bárcena, "presenta al enemigo la ventaja de simular varios ataques a un mismo tiempo, y por el temor de desamparar y perder algunos puntos, quita a Santa Anna la libertad de acudir con fuerzas copiosas a la defensa del formal y verdaderamente atacado".8
   Santa Anna, al frente del ejército mexicano reorganiza la defensa: ordena a las Guardias Nacionales y a una brigada de infantería al mando del general Anaya abandonar el Peñón y dirigirse a Churubusco; otra brigada se situara en Coapa; las fuerzas de reserva al mando del general Pérez ocuparan Coyoacán; ordena también a la División del Norte bajo el mando del general Valencia situarse en San Angel y a la caballería del general Alvarez apoyar a ésta.
   El general Valencia decidido a cortar el paso de los yanquis en el camino entre Tlalpan y San Angel no obedece la orden de Santa Anna y sitúa a sus tropas en Padierna. La posición, a decir de varios generales, presentaba serios problemas para su defensa. Santa Anna le ordena de nuevo dirigirse a San Angel, el general Valencia - siempre en pugna con Santa Anna - insiste confiado en su fuerza, en la de la caballería de Alvarez y en su buena suerte, y permanece en Padierna.

Sacar a los invasores o encontrar la muerte

El día 19 de agosto de 1847 a medio día los yanquis inician su ataque sobre Padierna llegando por las faldas del cerro del Zacatepec, vienen dos enormes columnas que marchan paralelas entre sí. La artillería mexicana inicia sus descargas con éxito, pero mientras más se acercan los yanquis menos los pueden ver; al bajar al valle los yanquis quedan cubiertos entre sembrados, maleza y rocas.
Croquis del Asalto a Padierna

   El coronel Balbontín anotó en su diario: "Desde aquel momento, no pudieron observarse las operaciones que practicaron los americanos, porque los sembrados, la vegetación alta y las rocas volcánicas que cubrían el campo, los ocultaban... Los cañones de a 16 y los obuses de a 68, comenzaron a disparar al tanteo, puesto que no podían descubrir al enemigo. En cuanto a los cañones de a 16, no encontraron dificultad para manejarlos los oficiales que los servían. No sucedió lo mismo con los obuses de a 68; éstos habían sido contratados en Inglaterra en fundición de particulares, a pagar por peso, por tales motivos salieron deformes y muy pesados... Además, como aquellas piezas no se habían probado, se ignoraban sus alcances y desviaciones". 9
   La caballería se lanza con ímpetu al encarnizado combate, al frente de sus jinetes va el general Frontera: éste, respira profundo y con la mirada fija en los enemigos avanza, decidido a sacar a los invasores o encontrarse con la muerte.
"Recuerdo -comenta Guillermo Prieto- a González Mendoza, lanzándose como un torrente sobre las cabezas enemigas, cantando con sus oficiales el Himno Nacional, ¡Era magnífico!
   El asalto a Padierna, la llegada de los yanquis, el encaramarse uno al astabandera, derribarla, desgarrarla, repisotearla orgulloso, fue horrible...Un oficial oscuro, de Celaya, pequeño de cuerpo, delgado, de movimientos rápidos y con estridente risa, se caló el sombrero ancho forrado de tela, empuño su espada, dirigió unas cuantas palabras a los soldados que lo rodeaban y prom, porrom, marchó arrastrando cuantos obstáculos se ponían a su paso hasta Padierna... Allí, asaltó, mató, aniquiló cuanto se le opuso... se asió a la astabandera, se encaramó y derribó hecho trizas el pabellón americano... y restituyó a su puesto nuestra querida bandera de Iguala, que parecía resplandecer y saludarnos como un ser dotado de corazón y grandeza.
   Todas las músicas prorrumpieron en dianas; todos los estandartes, guines y banderas se agitaron en los aires, y todos vitoreamos con lágrimas varoniles aquel instante robado a la fatalidad de nuestro destino".10 


Asalto a Padierna, 1847. Sam Chamberlain's.
   
Esperanzas e ilusiones se desvanecen

Valencia envía recados al general Santa Anna para que lo apoye el combate. Al atardecer aparecen por las Lomas del Toro las tropas de refuerzos del general Pérez, se despliegan los tiradores, se forman columnas de ataque. Los defensores de Padierna toman nuevos aires, la confianza en la victoria renace, esperando que en cualquier momento el general Pérez de la orden de ataque. El tiempo que transcurre parece cada vez más lento, sangriento y doloroso, pero... ¿Por qué no atacan?, ¿Qué esperan?
   Al anochecer una constante lluvia baña los campos de batalla, cesa el ruido del cañón, la metralla y el fusil. El silencio solo se rompe con los quejidos de los heridos y el suspiro tenso de la tropa.
   Llega al campamento la noticia de que las tropas de refuerzo habían recibido órdenes de Santa Anna de retirarse a San Angel. Los yanquis rodean el campamento de Padierna, se les oye avanzar por los lados que se creían protegidos.
   Valencia envía un correo a Santa Anna pidiendo apoyo; el correo regresa con órdenes apremiantes de desalojar Padierna y dirigirse a San Angel aún cuando se pierda todo el equipo de guerra. Las esperanzas se desvanecen y el rumor se convierte en grito desesperado.
   Guillermo Prieto relata que "al relampaguear se veían soldados huyendo en varias direcciones, se oían como aullidos de mujeres... estallaban truenos de fusil y de pistola, corrían caballos sueltos desbarrancándose en la ladera... Realmente la derrota estaba consumada en aquel momento..."11

El amanecer del 20 de agosto

Aprovechando la situación los invasores rodean el campo; la deserción se generaliza entre los mexicanos. Pero no todos huyen, al amanecer un puñado de valientes permanecen en sus puestos tratando inútilmente de repeler el ataque, los fusiles y la pólvora se mojaron con la lluvia y están inservibles.
   Dicen que esa mañana el general Santa Anna "cuando oyó los primeros tiros disparados en Padierna, se adelantó casi solo, a presenciar la destrucción de la División del Norte, acontecimiento que sin duda preveía".12
Santa Anna y Valencia se acusan mutuamente de la derrota. Insubordinado grita uno, traidor grita el otro, mientras, la artillería yanqui abre fuego sobre la tropa dispersa que huye y su caballería se lanza sobre ella: el campo queda sembrado de cadáveres despedazados, bañados en lodo y sangre, los heridos a rastras tratan de escapar.
   Tras la derrota de Padierna, los yanquis siguen en persecución a las tropas que huyen desordenadas por el camino de Coyoacán decididos a hacerlas pedazos. En el Puente de Churubusco confluyen el resto de las fuerzas que vienen de Padierna con las fuerzas en retirada de San Angel y San Antonio Coapa; la confusión es enorme y la matanza atroz. Un grupo de valientes artilleros mexicanos ocupa el Puente y cubre con su vida la retirada de los demás.
   García Cubas observa en Tacubaya el paso de los dispersos y los heridos tras la derrota de Padierna: "Inútilmente busco las palabras, que no encuentro, capaces de dar una idea exacta de las amarguras de mi corazón, ... la vista de tantos infelices sacrificados por la ambición, rivalidad, desaciertos e insubordinación, elementos terribles de otra campaña personal sostenida por los que dirigían los asuntos de la guerra. ¡Cómo no había de causarme honda pena la presencia de aquellos heroicos soldados que llegaban del campo de batalla, con sus vestidos en desorden, chorreando sangre medio contenida por los vendajes, o pegadas a sus carnes las ligaduras por la misma sangre coagulada; unos con la cabeza envuelta en trapos que de blancos habíanse tornado rojos, y otros con el brazo en cabestrillo; quién se veía pasar con la mano puesta en la deshecha quijada y quién transportado en tapextle o en camilla! A los débiles quejidos de los valientes heridos respondían los sollozos de las soldaderas que los seguían..."13

III. El convento de Churubusco convertido en fortaleza

El convento de Churubusco se convierte en fortaleza, su defensa queda bajo el mando de los generales Anaya y Rincón al frente de los batallones Independencia y Bravos de la Guardia Nacional, acompañados por algunas tropas del sur y por el batallón de irlandeses de San Patricio.
   Este, el Batallón de San Patricio, había pertenecido al ejército yanqui y estaba formado por irlandeses, que se identificaron con los mexicanos por su religión católica. Y al llegar a México, la guerra expansionista de los Estados Unidos contra nuestro país les recordó a su patria lejana y sometida por la Gran Bretaña, y convencidos de que la lucha por la libertad es una, tomaron como suya la lucha de los mexicanos, desertaron del ejército invasor y combatieron a nuestro lado con fiereza en la Angostura, en Cerro Gordo y en Churubusco.

   El hecho de que la mayor parte de los defensores de Churubusco pertenecieran a las Guardias Nacionales, formadas por ciudadanos voluntarios - comenta el coronel Balbontín - ocasionó la reunión en dicho convento antes del combate de "una multitud de gente, que pertenecía a las familias, o a la servidumbre de los que formaban los cuerpos, así como cantineros y fondistas. Al comenzar el combate de Churubusco, la gente a que me refiero, tanto la que había allí, como la que se retiraba de San Antonio, se puso en camino para la capital, obstruyendo la calzada que a ella conduce con todo género de carruajes y personas de a caballo y a pie. Como el camino no estaba en muy buen estado y las lluvias lo habían puesto de peor condición, la marcha de los fugitivos era en extremo penosa".14

Violenta y porfiada resistencia

Los yanquis forman varias columnas para atacar el convento de Churubusco, una y otra vez cientos de invasores tratan de llegar a sus muros y entre una lluvia de proyectiles los defensores no los dejan acercar, cada nuevo asalto es repelido con el mismo resultado. Pasan las horas, los yanquis no logran avanzar.

    
   "Si las acometidas de los americanos eran impetuosas y obstinadas, violenta y porfiada era la resistencia de los Guardias Nacionales mexicanos. Como retrocede un cuerpo elástico al chocar con otro resistente, así veíanse rechazadas las legiones yanquis, cada vez que intentaban un asalto..."15
 
   El general Rincón manda un correo tras otro a pedir con insistencia y desesperación municiones, ya que por un descuido increíble y por la confusión del momento en el que fueron introducidas al convento, el resto de las municiones con que cuenta la infantería es de mayor calibre que el de sus armas. El parque útil escasea "... mas como el tiempo avanza prolongándose la lucha, llegáronse a agotar las escasas municiones con que sin previsión alguna fue dotado el convento convertido en fortaleza. No desmayó por contratiempo tan fatal el ardor de los defensores, quienes salvaron las trincheras, se formaron en columna y arremetieron a sus enemigos a bayoneta calada, costando a la nación tales rasgos de valor, preciosas vidas como las de los intrépidos don Francisco Peñuñuri y el joven abogado Don Luis Martínez Castro".16

Ataque a Churubusco 20 de agosto de 1847.


  "Una explosión del parque de artillería mata un oficial y cinco soldados. El general Anaya queda momentáneamente ciego y se niega a retirarse. Rincón va hablando a soldado por soldado, dándoles lo único que puede dar: ánimo. El entusiasmo de los jefes se desborda a oficiales y soldados. La defensa continúa a cañonazos con metralla... Hace tres horas y media que se inició el combate. Voluntarios que mal saben manejar el rifle, cargan y disparan los cañones. El coronel Eleuterio Méndez pide para él y para su hijo dos puestos en la primera fila. Peñuñuri cae herido cuando se dispone a cargar a la bayoneta. Sus últimas palabras son para animar a la tropa..."17

Si hubiera parque no estaría usted aquí

"De repente el convento queda en silencio... Los soldados bajan de los muros, abandonan los bastiones... En el centro del patio los mexicanos están formados como para una revista. Sus oficiales al frente, los dos generales delante de todos, en posición de firmes. Los fusiles inútiles, descansando culata al suelo... Llega Twiggs, su abanderado trae el enseña de la Unión herida por veintidós balazos y mientras la izan en el asta desnuda, el general expresa noblemen¬te su admiración hacia los vencidos. Saluda con afecto a jefes y oficiales. Y al expresidente Anaya pregunta: - General, ¿dónde está el parque? Con voz más amarga que altiva, lenta y suave, pero que resuena y resonará por años y siglos, Anaya contesta: -Si hubiera parque no estaría usted aquí-".18
   Los americanos toman presos a los defensores del convento, entre ellos a los soldados irlandeses del Batallón de San Patricio. Al atardecer de ese 20 de agosto, "el estallido del cañón retumbaba aun en los oídos de los mexicanos; las sangrientas batallas de Padierna y Churubusco acababan de pasar, y el ejército invasor se encontraba triunfante en las puertas de la ciudad. Los ánimos estaban fatigados, los restos de nuestras tropas desmoralizados y perdidos, y la confusión y el desorden se habían apoderado de todas las clases de la sociedad..."19

La atención pública estaba fija en un solo punto

Con su ejército victorioso, pero desgastado y con un gran número de heridos, el general yanqui Scott propone el 21 de agosto la celebración de un armisticio para entablar negociaciones. La propuesta es aceptada rápidamente por Santa Anna, se nombran comisionados de ambos países y el documento se firma el día 23.
   En los artículos del armisticio se establecen, entre otras cosas, que ambos ejércitos cesarán las hostilidades en los alrededores del Valle de México durante el tiempo que se lleven a cabo las negociaciones; que no se realizarán nuevas obras de fortificación, ni se reforzarán los ejércitos; y que ninguno de los dos ejércitos impedirán el paso de víveres de la ciudad al campo o del campo a la ciudad. "Entonces - relatan los autores de los Apuntes para la Guerra - la atención pública estaba fija en un solo punto; nadie en la capital hablaba más que de las negociaciones que se iban a entablar".20
   Algunos consideraban el asunto de la negociación como una traición, no se debía pactar con un invasor, y menos cuando significaba darle tiempo para recibir refuerzos; otros, más egoístas esperaban el momento de la tranquilidad para reiniciar sus negocios; había algunos que confiados en los comisionados creían que la guerra estaba llegado a su fin, y otros que pensaban que era una táctica del enemigo para reorganizar el ataque; y por último, estaban los que calculando "los inconvenientes de la paz y los peligros de la guerra, veían con imparcialidad y desinterés los sacrificios que una y otra exigían a la nación, y después de profundas y amargas reflexiones, consideraban preferible que México sucumbiese a la fuerza, antes que consentir en una paz oprobiosa; paz firmada en las más terribles circunstancias..."21
   Los comisionados por parte del gobierno mexicano no tardan mucho en rechazar las primeras propuestas de paz norteamericanas ya que "éstas fueron de tal naturaleza y tan exageradas, que no pudieron ser admitidas por la comisión mexicana, la que previas nuevas instrucciones del gobierno, presentó un contraproyecto, junto con una importante y bien razonada nota".22

IV. Los invasores protegidos por el gobierno de Santa Anna

El 27 de agosto de 1848, muy temprano, Scott, apoyado en el artículo 7 del armisticio, mandó sus carros a abastecerse de víveres a la ciudad. A los invasores "nada pareció más expedito que pasar ellos mismos a buscados al centro de la ciudad, y las autoridades de ésta ningún inconveniente vieron en permitirlo"23
   Circula el rumor de que el general Scott con toda desfachatez requiere al gobierno mexicano que le mande los víveres que sus proveedores y agentes secretos ya han comprado y pagado en los comercios de la ciudad. Se dice también que el gobierno le contestó al general yanqui "que se protegería, en observancia del armisticio, la seguridad de las personas que vinieran a comprar; pero que el gobierno mexicano no era proveedor del ejército enemigo..."24
   Así que, ese 27 de agosto, muy de mañana, la gente en la ciudad se asoma a sus ventanas, despierta a los vecinos, sale a la calle a mirar, nadie comprende lo que pasa. Un desfile de más de 100 carros enemigos atraviesa tranquilamente por las calles de la ciudad. No hay duda, son carros del enemigo, de esos galerones con techos de lona arqueados que usan los yanquis; y sus, conductores, güeros y con caras coloradas, sin duda son también yanquis, pero los escoltan guardias mexicanos y van a la Plaza Mayor.
   Al gobierno y a los comerciantes esto les parecería bien, pero "Nuestro pueblo, en cuya imaginación estaban aún muy frescas las escenas sangrientas de los días anteriores, y que abrigaba un justo encono contra los invasores, vio con indignación aquel hecho, y pronto se resolvió a vengarlo" 25 ¿Cómo quedarse tranquilo? ¿Qué querían el gobierno y los comerciantes que hiciera la gente? "al ver en el corazón de su ciudad a un grupo de enemigos acopiando provisiones para continuar haciéndonos la guerra."

Parecía nublarse el sol

Poco a poco, las avenidas se llenaron de gente, y al grito de ¡Mueran los yanquis! se iniciaron las pedradas. No sólo contra los carros y carreteros yanquis, sino también contra la guardia mexicana que los protegían, ¡por traidores! En los alrededores de la Plaza Mayor se fue juntando cada vez más gente, la indignación subía de tono al igual que las pedradas.
   "La Plaza contendría más de treinta mil personas de ambos sexos, unos en observación y otros apedreando; de manera que ya a los últimos carros parecía nublarse el sol, de la multitud de piedras que les arrojaban"26

La gente lanza piedras al ejército invasor. Carlos Nebel, 1847.

   El gobierno toma sus precauciones para contener a la multitud, el general Santa Anna manda a los soldados a custodiar a los carros yanquis y a la caballería a intimidar a la población. "Con este alboroto se ponen sobre las armas todos los soldados que estaban en la Capital, marchan como mil quinientos lanceros para custodiar los carros; Santa Anna no creyéndose seguro, pone en la plaza más de mil hombres de caballería, creyendo que debían acabar con él".27
   Pero las tropas en vez de intimidar a la gente, la hace enfurecer. En los Apuntes para la Historia de la Guerra se lee: "pero cuando la muchedumbre vio que nuestros lanceros defendían a los americanos, su ira aumentó: llamaban a nuestros soldados cobardes, y no faltaba quien levantase el grito de ¡Muera Santa Anna!, pues le imputaban aquello como una traición. Esto hacía redoblar el empeño de las autoridades para contener el motín; pero lejos de lograrlo, cada vez era mayor la indignación y el encono del pueblo".28
  En el centro del alboroto aparece el gobernador del Distrito Federal, José María Tornel, tratando de imponer su autoridad para calmar los ánimos, pero qué va, podrá ser autoridad, pero, el respeto se gana... la gente se burla de él y por poco le tocan sus buenas pedradas. "Las pedradas seguían haciendo sus estragos, los carreteros estaban asustados y despavoridos, y uno de ellos, como para inspirar alguna simpatía, no cesaba de repetir 'soy católico, soy irlandés'... Por otro lado, una mujer del bajo pueblo lanzó furiosa una piedra sobre de uno de aquellos hombres de modo que lo derribó gravemente herido: cogida infraganti por los agentes de la policía, exclamaba con explicable frenesí: "'Lo he querido matar, y los mataría a todos; por ellos he perdido a mi pobre hijo, y ahora en vez de vengarnos, les hemos de dejar que vengan a sacar qué comer: esto es muy injusto..."29
   Otro personaje que entra a la escena es el general Joaquín Herrera, éste, por lo pronto manda salir de la ciudad a los carreteros yanquis sin llevar ninguna mercancía y habla con los amotinados sobre el valor en el campo de batalla y la compasión para los indefensos. Así se calman un poco los ánimos y los carros salen rápidamente, antes de que otra cosa suceda. Tres de los carreteros yanquis murieron, los demás salieron muy golpeados.

Protegidos por las tinieblas de la noche y los guardias mexicanos

Para colmo, esa misma noche el general Santa Anna manda pedir disculpas a los yanquis, achacando al populacho la responsabilidad del asunto. Los invasores reclaman que ya pagaron a los comerciantes de la ciudad, a través de sus agentes secretos, harina, tocino y otras provisiones por las cuales iban sus carros. El gobierno mexicano se compromete a garantizar el abastecimiento de las tropas enemigas... ¿Hábrase visto? "Se resolvió lo conveniente para ello, y protegidos por las tinieblas de la noche, sacaban los enemigos cuanto necesitaban de la capital, y que sus agentes adquirían durante el día"30 protegidos por una guardia mexicana.
   Las compras se concentran en almacenes situados a las orillas de la ciudad y en la noche los norteamericanos recogen sus mercancías. "Habiendo sido esto observado por el pueblo, una noche volvió a amotinarse en la plazuela de San Juan de Letrán y por la calle Ancha, donde estaban los depósitos de menesteres del ejército americano, los cuales fueron saqueados".31
   En las noches siguientes continúan los asaltos multitudinarios a los almacenes de abasto para los norteamericanos. Las medidas de seguridad y las guardias mexicanas resultan insufi-cientes ante dos o tres mil vecinos decididos.
   No obstante, debido a la protección del gobierno mexicano, el ejército enemigo permaneció constantemente abastecido. Los espías y agentes financieros secretos de los norteamericanos compran mercancías a los comerciantes mexicanos y hacen tratos con ellos en la ciudad.
   Es increíble, de la ciudad salen hacia el campamento enemigo, además de suficientes provisiones, miles de dólares. Los grandes comerciantes y los ricos prestamistas mexicanos, esos para quienes su única patria es el dinero, negocian con el ejército yanqui préstamos y bonos pagaderos por el gobierno norteamericano.
   Asombrado por el curso de los acontecimientos el coronel norteamericano Hitchcok escribe en su diario: "Nuestro agente ha traído de la ciudad 151 mil dólares en efectivo y una considerable cantidad de provisiones. Esto se ha hecho según los artículos del armisticio, y nuestros hombres ocupados en eso en la ciudad están protegidos por una guardia mexicana ¿Cuándo se ha oído hablar de cosa semejante en la historia de la guerra?"32

El fin del armisticio

Las negociaciones entre los comisionados mexicanos y norteamericanos siguen estancadas, no hay posibilidad de acuerdo. "Las pretensiones exageradas del gobierno de Washington escandalizaban -decía el general Santa Anna- no les satisfacía la vasta provincia de Texas en sus límites conocidos sin indemnización alguna, querían además, el dilatado territorio de Nuevo México y toda la Alta California, media República"33
   Y a pesar del armisticio, los preparativos para la guerra no cesan: el enemigo se abastece y concentra sus fuerzas en Tacubaya; el ejército mexicano repara algunas fortificaciones.  El día 6 de septiembre de 1847 el general Santa Anna recibe un comunicado del general yanqui Scott en el que con altivez acusa al ejército mexicano de haber violado el armisticio, y por lo tanto, dice que su ejército tiene derecho a reanudar las hostilidades sin anunciarlas antes. De inmediato el general Santa Anna responde que han sido los norteamericanos quienes han faltado a los acuerdos. Las negociaciones se rompen, la guerra continua.
          
             [5] Ibid. pp: 391-­392. 
[6] Jose María Roa Bárcena. Recuer­dos de la invasión Norteamericana 1846-1848 por un joven de entonces. México, Ed. Porrúa, 1947. Tomo II, p. 178.

[7] Manuel Balbontín. Memarias del Coronel Manuel Balbontín. México, Ed. Elede, 1958. p. 85.
[8]  Roa. Op. Cit. tomo II, p. 187.

[9] BaIbontín. Op. Cit. pp. 86-87.                                                     
[10] Prieto. Op Cit. p. 407.

            [11] Ibid.
            [12] Balbontín. Op cit. p. 92.

            [13] Antonio García Cubas. El libro de mis recuerdos. México, Editorial Porrúa, 1986. p. 427.

            [14] Balbontín. Op Cit. p. 92.
            [15] García Cubas. Op Cit. p. 427.

            [16] Ibid. p. 428.
            [17] Rafael F. Muñoz. Santa Anna el dictador resplandeciente. México, FCE, 1983. p. 227.
            [18] Ibid. p. 227-228.

            [19] Alcaráz. Op Cit. p. 264
            [20] Ibid.
            [21] Ibid.
            [22] García Cubas. Op Cit. p. 431.
            [23] Ibid. p. 431.

            [24] Vicente Riva Palacio. México a través de los siglos. México, Ed. Cumbre, 1979. Tomo VIII, p. 247.
            [25]  Alcaraz. Op Cit. p. 270.
            [26] Riva Palacio. Op cit. p. 247.
            [28] Abraham López. "Revolución de los Polkos, o cruzada de México en el siglo XIX" Décimo calendario de Abraham López para el año bisiesto de 1848. México, Imprenta de Abraham López, 1848. p. 60.
            [29] Alcaráz. Op Cit. p. 270.
            [30] Ibid. p.271.
            [31] Ibid. p. 271.

           [32] Ethan Allen Hitchcok. en George Baker. México ante los ojos del invasor de 1847. Diario del Coronel Ethan Allen Hitchcok. México, UNAM, 1978. p. 89.
           [33] Antonio López de Santa Anna. Mi historia militar y política, 1810-1874. México, Libreria de Ch. Bouret, 1905. p. 74.