Capítulos VIII. ¡Muchachos, aquí está la honra del barrio! IX. Defender la ciudad hasta entregar el alma. X. A pesar de los traidores, el pueblo lava el honor mexicano.


VIII. ¡Muchachos, aquí está la honra del barrio! 
  
   El 14 de septiembre de 1847 con un ejército invasor en el centro de la ciudad; con un presidente de la República que ha huido; con un ejército en desbandada y con la autoridad municipal pidiendo calma, el pueblo de la Ciudad de México se levanta en armas.
Es una lucha dispareja: sin plan, sin orden, sin jefes, sin armas. Pero es una lucha con el coraje, el corazón y la razón. Es la lucha de un pueblo por la libertad, la dignidad y la justicia.
Para las once de la mañana la lucha se generaliza, muchos mexicanos peleaban sólo con las pobres armas que tienen: piedras, palos y puñales; numerosas personas, de los barrios más pobres de la ciudad, salen a la calle desarmados, los muchachos son los más entusiastas: hay que combatir a los yanquis y defender la libertad, aunque sea con el cuchillo de la cocina o con las propias manos. 


"Los yanquis seguían en persecución de aquella masa hostil, algunos léperos derriban a varios soldados... y la gente cae sobre ellos y los devora, dejando sus cadáveres medio desnudos... los calzones de uno de esos yanquis enarbolados en un palo sirven de bandera... las mujeres hacían gran escándalo, llevaban agua, acarreaban heridos, vitoreaban, alentaban, se asían de los yanquis, desarmando, arañando, mordiendo a los que cogían dispersos... Los pelados se habían hecho muy fuertes en la esquina de Necatitlán; nadie pensaba en blanderse; pero faltaba el parque... alguno gritó, agobiado por el baleo, '¡Casa nueva!' - Eso no; dijo un hombrote desde una azotea en que hacía fuego, eso no. ¡Jijo de una mala palabra el que se muera aquí! Muchachos, aquí está la honra del barrio" 63
El general yanqui Worth para justificar a sus soldados, dice que el motín es obra de los presos de las cárceles a los que Santa Anna mandó liberar antes de abandonar la capital, acompañados por unos cuantos soldados "que se habían desbandado, tirando los uniformes -por eso, añade- No era tiempo de medidas a medias, y sí muchas personas inocentes sufrieron incidentalmente en el castigo que tuvimos precisión de aplicar a los salidos de las cárceles, la responsabilidad pesará sobre el bárbaro y vengativo jefe que en tal necesidad nos puso." 64
¡Ojalá que a Santa Anna se le hubiera ocurrido siquiera soltar a los presos, pero ni eso...!
La lucha era del pueblo, del  todo, del de los barrios de la ciudad, levantado contra el invasor: "De los barrios de San Lázaro, San Pablo, La Palma y el Carmen, se veían brotar hombres decididos a buscar la muerte por defender la libertad." 65
Se peleaba con arrojo y entusiasmo, pero ellos, los yanquis, son soldados, tienen cañones y fusiles... tienen la ventaja; en cambio "el pueblo que combatía lo hacía en su mayoría sin armas de guerra, a excepción de unos cuantos, que más dichosos que los demás contaban con una carabina o un fusil, sirviéndose el resto, para ofender al enemigo, de piedras y palos... y muchos que a consecuencia de la distancia, no podían ofender a sus contrarios con sus armas improvisadas, salían a mitad de las calles, sin otro objeto que provocar al invasor, para que se arrojaran sobre ellos, y pudiera el que tenía fusil disparado con buen éxito."66
Los yanquis avanzan por las calles del centro, van "tirando cañonazos, echando abajo puertas, saqueando casas y cometiendo otros mil excesos." 67
El pueblo retrocede, pero no disminuye en la intensidad del combate: sobre los yanquis, en la dispareja lucha, llueven piedras y ladrillazos de las azoteas, pues para eso, Tornel, el Gobernador del Distrito (que ya se había ido con Santa Anna) "había dispuesto que se desempedraran las calles y se amontonaran las piedras en las azoteas, y esto favorecía las intenciones del pueblo" . 68

La ciudad toda era un campo de batalla

"La confusión de México en ese día no puede explicarse: vencidos y vencedores se tiroteaban en todas las calles, en todas caían muertos y en todas se robaba sin freno ni temor a nadie. Sólo se oían tiros de fusil y de cañón, lamentos de los heridos y de las familias saqueadas y estropeadas, que no pudiendo huir por las calles, saltaban por las azoteas de las casas y se pedían socorro que nadie podía impartir­les" . 69
"Aun en medio del combate los enemigos se entregaron a los más infames excesos: horribles fueron los desastres que señalaron la ocupación de México. El que no haya visto a una población inocente, presa de una soldadesca desenfrenada, que ataca al desarmado, que fractura puertas de los hogares para saquearlos, asesinando a las familias, no puede formarse idea del aspecto que presentaba entonces la desgraciada capital de la República". 70
La ciudad toda, con sus calles, plazas, azoteas e iglesias, es un campo de batalla: "decir lo que pasaba en cada casa, fuera cuento de nunca acabar. Aquí se lloraba, allá se pretendía huir, en otras partes todo era guerra: las mujeres servían agua y preparaban hilas, una rueda de muchachos hacía cartuchos... Había casas con las puertas de par en par, con las sillas muy tiesas, las camas puestas, pero sin dueño. El pueblo había estado como fiera y como llama, como mar y como aire fuerte que vuela bramando" .71
Los yanquis contestan con obuses el fuego de fusil que sale de las casas. "...multitud de casas fueron abiertas a hachazos y se hizo avanzar a la infantería por sus azoteas, se redujo a prisión a los vecinos que parecían sospechosos y se fusiló a los tenidos por culpables" . 72
El general yanqui Scott, desesperado amenaza a los jefes del Ayuntamiento con destruir cada manzana de casas de donde salga un tiro, y manda colocar cañones en la Plaza. Así que allá andan los munícipes, con su bandera blanca, tratando de convencer a la gente de que se vaya tranquila a su casa.
"Tres de las piezas de artillería de Worth fueron traídas a la Plaza de Armas, y otras dos abocadas en las calles de Plateros hacia la Alameda". 73
Al general invasor le preocupa una ciudad entera levantada en armas y la idea de un ejército en retirada que todavía puede volver. La misma idea parece atractiva a los mexicanos, así que "no faltó quien pensara avisar al general Santa Anna de lo que pasaba, exitándolo a que volviera con las tropas a favorecer el levantamiento... Cinco correos se habían enviado al Sr. Santa Anna para que auxiliara al pueblo, y dicho señor, les daba con la entretenida". 74

Lucha terrible y digna de memoria

El jefe del Ayuntamiento, Reyes Veramendi, insiste una y otra vez en que: "el general enemigo se negaba a conceder en favor del municipio todas las garantías del derecho natural y de gentes, que había negociado con ellos, mientras no cesaran las hostilidades que se hacían a su ejército" . 75
Pero a pesar de su insistencia el pueblo pelea, pelea aún cuando el Ayuntamiento cree que ya no es tiempo de hacerlo, y "hace todo lo que puede. Dispara de las casas, cae sobre los disper­sos, apedrea, apuñala, ahorca con sus manos iracundas... En cada calle, sangre que mana de un uniforme azul, es la huella del odio desesperado". 76
"Todo ese día resonó en la ciudad el ruido desolador de la fusileria y de la artillería, haciendo estremecer los edificios hasta en sus cimientos, difundía por todas partes el espanto y la muerte. Horas enteras se prolongó la lucha emprendida por una pequeña parte del pueblo, sin plan, sin orden, sin auxilio, sin ningún elemento que prometiera un buen resultado; pero lucha sin embargo terrible y digna de memoria...
Multitud de víctimas en todo aquel día regaron con su sangre las calles y las plazas de la ciudad. Doloroso es decir que aquel esfuerzo generoso del pueblo, fue en lo general censurado con acrimonia por la clase privilegiada de la fortuna que veía con indiferencia la humillación de la patria, con tal de conservar sus intereses y comodidad" . 77
Con la luz del día terminaron los combates callejeros. "La noche estaba oscura y pavorosa las dolientes familias permanecían dentro de sus casas, temiendo constantemente que vinieran los americanos a romper sus puertas y ejecutar en sus personas los crímenes más vergonzosos, temblaba el anciano padre por su hija inocente, y ella por la vida de éste; ni un farol, ni luz de ninguna especie alumbraba la pavorosa México; los cadáveres quedaron esparcidos por toda la ciudad" . 78

IX. Defender la ciudad hasta entregar el alma

Al amanecer del 15 de septiembre de 1847 parecía que todo había terminado: los invasores se habían instalado en el Palacio Nacional, colocado rifleros en las azoteas y cañones en las bocacalles que dan a la Plaza; las autoridades del Ayuntamiento pasaron la noche pegando cartelones en las plazas y las esquinas con proclamas reprobando el combate y llamando, suplicando, la calma.
"...tantos cartelones amanecieron en las esquinas firmados por D. Reyes Veramendi con sermones y patrañas; a todos esos cartelones, les embarramos la cara de lodo y de algo peor en cuanto Dios echó su luz..." 79
"... cuando ya los buenos Ciudadanos lamentaban el que se hubiera aplacado la ira popular, y por consiguiente la alarma, en la que veían una esperanza de recobrar la libertad, volvió a resonar el estallido de las armas, y con él la voz general del entusiasmo, voz sublime entonces, como que revelaba un pueblo decidido y valiente. Volviéronse a renovar las terribles escenas del día anterior, sobre un suelo manchado de sangre, sin que bastaran para entibiar el furor del pueblo las continuas amenazas del general Scott, que juró asolar la manzana desde la cual saliera un tiro sobre sus tropas" .80

Banderas de diversos colores y distintas combinaciones

En contraste con el furor popular, en casi todas las grandes casas de la ciudad amanecieron colocadas banderas blancas o extranjeras, sus ricos habitantes temerosos y egoístas buscan por este medio salvar sus pertenencias.
"La clase rica en esos momentos manifiesta su cobardía. México apareció hecho un Monte Parnaso, llenos casi todos los balcones de banderas de diversos colores y distintas combinaciones: esta clase egoísta públicamente confesaba su miedo, poniendo en sus banderas, que los queretanos, eran gachupines; los veracruzanos, franceses; los indios vestidos, alemanes; los tapatios, ingleses; los mexicanos, rusos, etc., etc.

En muchas de las casas se enarbolaron banderas yanquis.

 Vergonzoso es en verdad que en aquellos días solemnes, en medio del entusiasmo del pueblo, y cuando no debía haber mostrado nadie a los ojos del mundo deseo de paz a los enemigos se vieran colocados en todos los balcones, con excepción de muy pocos, banderas blancas en las casas de mexicanos, muchos de ellos condecorados con empleos en el gobierno"  . 81
"Sin embargo, los soldados norteamericanos, sobre esos pedazos de trapos, que figuraban sus talismanes; se llevaban cuanto querían, diciendo este por mí; hacían sus envoltorios, marchaban riéndose de ver unas estatuas desanimadas que no podían hablar, y algunos de estos los encontraron debajo de las camas. Esta dolorosa escena pasó por toda la ciudad..." 82

Algunos frailes se unen al combate popular

En la calle la lucha popular continua, pero los yanquis ganan terreno, mantienen bajo su control la Plaza y el Palacio Nacional y toman posesión de los puntos más altos en las principales calles. De las azoteas y de las torres de las iglesias cazan a los mexicanos en armas.
"En la segunda calle de San Francisco, pusieron un gran cuartel los yanquis y con eso y ser decentes los de por allí, quedó quieto aquel rumbo" . 83
El pueblo no cesa el baleo, provoca y guerrea desde las puertas y ventanas, de las esquinas dispara y apedrea; el soldado yanqui que se dispersa o se aleja unas cuadras del centro ya no vuelve.
Algunos frailes se unen al combate popular, acaudillando al pueblo: "Era uno el R. P. Héctor González, muy moreno, de negro copete, de mirada altiva; éste llevaba en alto un estandarte con la Virgen de Guadalupe, madre de los mexicanos y enemiga cerrada de la virgen gachupina.
Este padre, como un gran general, a todo entendía, se encontraba en lo más recio del baleo, acaudillaba inmenso pueblo que como si fuera un solo niño le obedecía.
Y qué palabras tan tiernas tenía aquel padre, y qué cosas tan divinas sabía decir, era imposible a su lado ser cobarde.
Tan pronto el estandarte que el padre conducía, se veía por Loreto, como por los Ángeles, como sobre las azoteas, como en la torre de Santa Ana.
El otro padre era el padre Martínez; delgado, calvito, de nariz afilada. Este daba el estandarte, se remangaba el hábito y marchaba delante de todos con un brío espantoso" . 84

Por todas partes heridos y muertos

Se ven atravesar la ciudad a tres regimientos de soldados mexicanos, son los del Quinto, Noveno y Guanajuato. Los ánimos crecen, el combate se intensifica, ¡mira compa... que ya regresa el ejército!, las esperanzas de libertad renacen.
Estas tropas fueron enviadas por el general Santa Anna, que avisado del combate popular que se libraba en la ciudad regresa tardíamente a la garita de Peralvillo.
A cada momento se esperaba ver más y más refuerzos y se aguarda con impaciencia el regreso del grueso de las tropas mexicanas. Las horas pasan lentas, crueles, sangrientas...
"A las doce del día 15 todavía estaba el ruido de guerra en todo su fervor; quien se hubiera subido a esa hora en una torre de Catedral, habría podido ver fuego y horrores por el Cacahuatal y los alrededores de la Palma.
Fuego y sangre por las calles de Necatitlán, Corchero y el Tompeate; matanza y horror por Vanegas y Loreto, y como arremo­linarse y rejuntarse, como heridas culebras, hileras de hombres, mujeres y niños por los Ángeles, Santiago, Peralvillo hasta enroscar­se en Santa Ana.
Allí acudieron en masa los más bravos, con la esperanza de hacer un empujo auxiliados por las fuerzas de Guadalupe; allí se cargaron los yankees perseguidos desde las azoteas, los balcones, las ventanas y los cuartos, que vomitaban piedras, ladrillos, agua hirviendo, palos y cuanto se podía...
El revoloteo era horroroso, multitud de mujeres, enfermos y niños pequeñitos, se habían acogido al templo de Santa Anna, que como que aullaba ahogándose en aquel día del juicio.
Los meros hombres de los diversos barrios allí se empareja­ban; los tres frailes agitaban sus estandartes, los moribundos disparando caídos sus armas gritaban: ¡Vengan a ver cómo mueren los hombres! ¡Viva México!, y rás... dale a los yankees hasta entregar el alma" . 85

La noticia que voló por la ciudad

Los refuerzos nunca llegan y los regimientos Quinto, Noveno y Guanajuato son cazados por cientos de yanquis; los pocos soldados que logran escapar, retroceden mal heridos y abando­nan de nuevo la ciudad.
"No es fácil conocer a punto fijo cuál fue el objeto que tuvieron los jefes de nuestro ejército de mandar a México aquella tropa, pues como auxilio, era en verdad una fuerza muy insignifican­te contra unos enemigos posesionados de los mejores puntos de la ciudad, y superiores en mucho en número. Con el de distraer al ejército americano, a fin de que no fuera en su seguimiento, es más dudoso, pues jamás se pudo suponer que intentara destruir el nuestro, sino solamente posesionarse de la capital, lo que ya había conseguido" 86
"La noticia que voló por la ciudad, de que las fuerzas que estaban en la Villa de Guadalupe, en vez de venir sobre el enemigo iban a alejarse influyó no poco en el ánimo de un pueblo cansado ya de desengaños; pero lo que más cooperó en la nulificación de aquel movimiento, fueron los esfuerzos constantes del Ayuntamiento; esfuerzos reprobados por entonces por los que sentían arder en su pecho el fuego sagrado del patriotismo" . 87

El ruido de guerra acompaña al alma

La confusión y la derrota se apoderan del pueblo: acosado por las balas de los invasores y por los reproches del Ayuntamiento, sin dirección, sin refuerzos, desesperado, impotente "...desangrándose, desgarrado, corriendo como ciego entre abismos, buscando a la patria que se le iba dentro de sus brazos, así fue el pueblo y así le vencía el abandono de sus defensores y de los poderosos; pero aquel ruido de guerra hacía compañía al alma, y en ese ruido había patria y esperanza" . 88
"En la noche del 15 presentaba México el contraste más espantoso. Por una parte, los mexicanos, encerrados en sus casas, se entregaban a la consternación y al desaliento, mientras que por otra, la soldadesca triunfante, llena de júbilo, y excitada por licores embria­gantes, sentía deslizarse las horas entre la risa y la algazara".89
Ese 16 de septiembre no hay discursos patrios que recuerden a los héroes de la Independencia. Ese 16 de septiembre cientos de héroes anónimos mueren por la patria, defendiendo su ciudad a pesar del abandono del presidente, de los generales, de los comerciantes y prestamistas y del Ayuntamiento.


X. A pesar de los traidores, el pueblo lava el honor mexicano

Los días que siguen a la derrota de las luchas populares del 14, 15 y 16 de septiembre de 1847 los yanquis distribuyen sus tropas en cuarteles, conventos y edificios públicos de la Ciudad de México, los oficiales de alto rango ocupan las casas que mejor les parece. En los puntos que consideran claves, colocaron piezas de artillería y se mantienen en guardia, temiendo, ya no el regreso del ejército mexicano, sino el ataque de partidas de guerrilleros que se mantienen en pie de guerra por todo el Valle de México.
La Ciudad de México quedó así, tras la derrota popular, en manos de la soldadesca yanqui, fragmentos de dos cartas enviadas a Guillermo Prieto desde la Ciudad de México, nos hablan de esos terribles días:
"Ya te he dicho que estos yankees ocuparon México como país conquistado, como ajuar de salvajes, comiendo y haciendo sus necesidades en las calles, convirtiéndolas en caballerizas, y haciendo fogatas contra las paredes, lo mismo del interior del Palacio, que de los templos, fuego en que cocinaban y comían alrededor.
En las casas de los alojados se cometieron mil atropellos...". 90
"Los oficiales andan en la calle llevando en la mano, a guisa de bastones, unos espadines muy delgados; con ellos ensartan al primero que les choca, con una sangre fría que espanta.
"Los extranjeros guardan reserva; algunos, así como señalados mexicanos, han puesto banderas en sus casas en señal de paz.
"El pueblo bajo no aminora su odio a los yankees, hasta ahora, ni con ver que le brindan dinero, ni que compartan con la plebe sus abundantes víveres...          ­
"Hace algunos días unos cuantos lanceros se aparecieron en son de guerra por el rumbo de Santa María. Al momento se dispuso una fuerza con dos piecesitas de montaña para batidos. Los dragones arrojadísimos, rechazaron la fuerza, y los yankees corrieron como gamos a refugiarse en el Colegio Militar. Dos dragones seguían a la tropa desbandada. Lances por el estilo producían enojo y rencor contra Santa Anna que dejó al pueblo agotar su bravura en esfuerzos estériles..." . 91

Los "dragones".

El yanqui que sale por los barrios, es hombre muerto

La furia del pueblo no disminuye con la derrota. Pese a las amena­zas del Ayuntamiento y del general Scott, y la intolerable actitud de los vencedores. Por los barrios de la ciudad a diario desaparecen los yanquis que se asoman por allí.
José Fernando Ramírez le escribió a un amigo desde la Ciudad de México: "...esto ha dejado de ser el centro de la política, desgraciadamente revuelto en otros centros... ¡Cuan de buena gana quisiera yo transportar a ésta en clase de lección, a ciertos políticos que incesantemente han hablado de despotismo, etc., etc... aquí verían, y lo que es más, sentirían eso que llaman vivir sin garantías.  Es terriblemente espantoso...
La guerra pública terminó desde el tercer día de la ocupación, más no así la privada que presenta un carácter verdade­ramente espantable. El ejército enemigo merma diariamente por el asesinato sin que sea posible descubrir a ninguno de sus ejecutores. El que sale por los barrios, o un poco fuera del centro, es hombre muerto, y me aseguran que se ha descubierto un pequeño cemente­rio en una pulquería, donde se prodigaba el fatal licor para aumen­tar y asegurar las víctimas. Siete cadáveres se encontraron en el interior del despacho, mas no al dueño. Me aseguran que se estima en 300 el número de los idos por ese camino, sin computar los que se llevan la enfermedad y las heridas. Hará cinco días que pasó por casa el convoy fúnebre de cuatro oficiales a la vez, conducidos en dos carros. Ha comenzado a manifestarse la peste, y los monumentos que esos sucios soldados tienen repartidos por las calles de sus cuarteles, atestiguan de una manera irrefragable que la disentería los destroza. No he visto jamás una embriaguez más arraigada, más escandalosa, ni impru­dente que la que los domina ni tampoco un apetito más desenfrena­do. A toda hora del día, excepto en la tarde en que están borrachos, se les encuentra comiendo, y comen cuanto ven.
El Palacio y casi todos los establecimientos públicos han sido salvajemente saqueados y destrozados; aunque debo decir en obsequio de la justicia que la señal la dieron nuestros indignos léperos. Cuando el enemigo entró a Palacio ya estaban destrozadas las puertas y saqueado. Al tercer día se vendían en el Portal el dosel de terciopelo galoneado en cuatro pesos, y los libros de actas y otros, en dos reales...". 92

Dejan claro que ni las autoridades ni los criminales son el pueblo

Con los yanquis entraron a la Ciudad de México los espías poblanos que les habían servido durante la campaña: "Cosa de cien bandidos extraídos por los enemigos de la cárcel de Puebla, a donde los habían conducido sus crímenes, vinieron con ellos a hacer la guerra a México, y fueron en esos días funestos el azote de sus conciudada­nos. Asesinos y ladrones antes, traidores además entonces, atravesa­ban la ciudad sobre briosos caballos, llevando ceñido en su sombrero un lienzo rojo, distintivo infame de su clase, y ostentando descaro, cometían escándalos y crímenes". 93
"Los contra guerrilleros poblanos con el insulto en los labios, se creen árbitros de la suerte del vecindario, y en unión de los voluntarios se embriagaban, reñían y tomaban efectos de los puestos y tiendas sin pagarlos. Muebles y archivos de la Tesorería General y algunas otras oficinas eran saqueados o destruidos". 94
Por la traición de las autoridades de la ciudad de Puebla, que salieron a recibir a los invasores y a entregarles el mando en mayo, y por los criminales que sirvieron de espías a los yanquis, cientos de poblanos patriotas, heridos en el alma, se lanzan a la lucha de guerrillas y a pesar de los ataques de las mismas autoridades mexicanas y de las armas de los yanquis, hostilizan a los invasores por el camino de Veracruz a México durante todo el tiempo que dura la ocupación del país. Ellos en nombre de Puebla, dejan claro que ni las autori­dades, ni los criminales, son el pueblo; ellos con sus vidas y su sangre lavan el honor de los poblanos. 


La guerra: buen negocio para usureros y comerciantes 
El general invasor Scott se instala en Palacio Nacional, nombra a un yanqui como gobernador del Distrito Federal, suelta a miles de soldados invasores ociosos por las calles y le impone a la Ciudad de México una "contribución de guerra" a cambio de "su protección".
La contribución que debe pagar el Ayuntamiento es exorbitante, tanto que por más impuestos que invente, no podrá reunirla, así que al cumplirse el plazo, contrata un préstamo con los usureros Lasquety y Bellangué con un interés del 15 por ciento mensual por tres meses y un 5 por ciento mensual por todo el tiempo que tarde en pagarles, además como si fuera poco, hipoteca a favor de los prestamistas todas las rentas del Distrito Federal.
Algunos ricos metidos en sus casas o de visita en alguna hacienda cercana ven con cierta indiferencia lo que pasa, otros, consideran la ocupación como la posibilidad de hacer buenos negocios: ¡Tantos yanquis, sin que hacer y bien pagados!
Los almacenes y tiendas muy pronto abren sus puertas a los invasores; multitud de cantinas, restaurantes, cafés, mesones y hoteles surgen de la noche a la mañana.

Cantina al servicio de los invasores. Sam Chamberlain's, 1847.
En Querétaro don Manuel Peña y Peña se hace cargo de la Presidencia de la República y con un puñado de patriotas, cita en esa ciudad a diputados y senadores y organiza el gobierno, sin recursos, sin ejército. No encuentra quién le preste ni un centavo, los ricos a quienes acude se vuelven ojo de hormiga. Mientras en la Ciudad de México usureros y prestamistas embaucan al Ayunta­miento, y hacendados y comerciantes negocian con los invasores.
Las iglesias, que en los primeros días de ocupación abrieron sólo para dar refugio y decir algunas misas, finalmente abren sus puertas de par en par al ver que el arzobispo y el jefe yanqui mantienen buenas relaciones.

Para mayor información

A seis días de ocupada la ciudad comienza a publicarse el periódico yanqui American Star, con unas páginas en inglés y otras en español en donde reproducen las órdenes y disposiciones de los jefes militares y un buen número de críticas a Santa Anna y al ejército mexicano.
Poco después aparece en defensa de los ciudadanos el periódico mexicano El Monitor Republicano, que mantiene su posición crítica frente a los invasores a pesar de amenazas y persecuciones.

[63] Prieto (Fidel). Op. Cit.
[64] American Star. 14 de enero de 1848.
[65] Roa. Op. Cit. Tomo III, p. 142.
[66] Alcaráz. Op. Cit. p. 327.
[67] Ibid.
[68] Prieto. Op. Cit. p. 423.
[69] Malo. Op. Cit. pp. 324-325
[70] Alcaráz. Op. Cit. p. 328.
[71] Prieto (Fidel). Op. Cit.
[72] Roa. Op Cit. Tomo III, p. 141.
[73] Ibid. p. 142.
[74] López. Op. Cit. p. 66
[75] Alcaráz.  Op. Cit. p.329.
[76] Muñoz. Op. Cit. 328.
[77] Alcaráz. Op.  Cit.  p. 328.
[78] Ibid. p. 329.
[79] Prieto (Fidel). Op. Cit.
[80] Alcaráz. Op. Cit. p.  329-330.
[81] López. Op.  Cit. p. 66.
[82] Alcaráz. Op. Cit. p. 331.
[83] López. Op. Cit. p. 66.
[84] Prieto (Fidel). Op. Cit.
[85] Ibid.
[86] Alcaráz. Op. Cit. p.  330.
[87] Ibid. p. 332.
[88] Prieto (Fidel). Op. Cit.
[89] Prieto. Op. Cit. p. 427.
[90] Prieto. Op. Cit. p. 428.
[91] Ibid. p. 426.
[92] Ramírez. Op. Cit. pp. 316-318.
[93] Alcaráz. Op. Cit. p. 332.
[94] Roa. Op. Cit. Tomo III, p. 198.